Read Ocho peculiares by Lalia Alejos Capítulo 44

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Capítulo 44 Enseñándole modales

Frunciendo los labios, Liliana fijó la mirada en Carolina. Aunque Carolina no se parecía en nada a su madrastra, la expresión del rostro de la chica le resultaba demasiado familiar a Liliana. Ese era el truco que su madrastra siempre hacía y su padre se daba la vuelta y le reclamaba a Liliana. ¡Aunque Liliana no hubiera hecho nada para merecer todo eso! Liliana fue directa con su respuesta.

-Yo no te empuje. Te caíste sola.

Mordiéndose el labio, Carolina se secó los ojos angustiada. Después de frotarse los ojos, dijo:

-Si, ya sé que no era tu intención. Fue culpa mía…

Liliana apretó los labios. Otros niños podrían estar estupefactos en el lugar de Liliana, sin entender lo que estaba pasando, sin embargo, Liliana había estado en esta situación demasiadas veces. Se dio la vuelta para ver a Beatriz y le dijo:

-Abuelita, yo no la empujé. Me estaba levantando después de terminar la comida y Carolina se cayó de repente.

Beatriz levantó a Liliana y dio una respuesta afirmativa:

-Está bien. Confio en que no hayas empujado a nadie. Quizá alguien no sepa distinguir entre intencional y accidental. -Hizo un gesto para ver a Carolina.

Liliana parpadeó y se quedó pensativa. Tania intervino con torpeza:

-Los chicos solo estaban jugando entre ellos. Debió de haber prestado más atención…

Ella trató de encubrir todo el asunto como inofensivas travesuras entre niños. Sin embargo, los Castellanos no iban a dejarlo pasar. Beatriz dijo sin un dejo de sensibilidad:

-¿Y? ¿Qué intentas decir? ¿Esperas que nuestra pequeña te pida disculpas? ¿O estás tratando de darnos una idea equivocada acerca de Liliana? ¿Para qué? ¿Para que pensemos que ella es mala y Carolina es buena? Eres tonta por adularte a ti misma.

La familia ignoró a su hija y tomó bajo su protección a la hija de otra persona. Ahora, tenían el descaro de señalar con el dedo a Liliana. Beatriz no se contuvo a la hora de elegir sus palabras. El color se desvaneció de la tez de Tania… Pero ahí no acabó la cosa. Los otros miembros de la Familia Castellanos intervinieron para dar su opinión.

Antonio espetó de manera despectiva:

-La última persona que incriminó a Liliana sigue sentada en la cárcel.

Hugo tenía una mirada inexpresiva.

-Es deber de los padres educar a sus hijos. Será demasiado tarde si no empiezan ahora.

Gilberto pronunció de manera discreta:

-¿En qué estás pensando para hacer este tipo de payasadas? ¿No te parece vergonzoso?

La Familia Castellanos se turnó para saltar a la garganta de Tania. La mujer deseaba que la tierra se la tragara. Los Castellanos se le echaron encima. Podría admitir que Carolina se equivocó al esforzarse demasiado por caerle bien a la gente. Aun así, Carolina era joven y solo tenía buenas intenciones. La Familia Castellanos no debería atacarlos. Tania forzó una sonrisa.

-¡Lo siento, Beatriz! Lo siento, Señor Antonio… Tranquilicémonos… Tranquilicémonos… -Con lágrimas corriéndole por el rostro, Carolina se ahogó entre sollozos-. Buaa, buaa… Es mi culpa…. Es mi culpa de cualquier manera… No se enoje, Señora Beatriz.

Lloró sin poder evitarlo, tratando de contener el llanto. Sin embargo, fue lo bastante sensata como para disculparse. Carolina se veía tan miserable. Tenia la mirada de que nadie tendría el corazón para echarle la culpa a ella. Sin embargo, el asunto no sentó bien a los Castellanos.

¿Qué quería lograr Carolina con eso?».

Estaba arrastrando a Liliana en sus disculpas. Justo entonces, Liliana se acercó con un plato de ensalada en la mano y se dirigió de manera cautelosa hacia Carolina. La Familia Castellanos tenía sentimientos encontrados al respecto porque pensaban que Liliana era muy amable al intentar resolver las cosas con Carolina. Viendo una salida, Tania saltó y dijo:

-Oh, Señorita Liliana. Eso no es necesario….

Carolina se secó las lágrimas y pronunció en tono magnánimo:

-Está bien, Liliana…

Liliana arrojó todo el plato de ensalada sobre Carolina. Su brazalete rojo centelleó con un destello escarlata cuando la ensalada fue arrojada al rostro de Carolina… Eso seguro que hizo que Carolina dejara de hablar. Pendiente de los detalles, Liliana dijo:

-Aquí tienes. Eso fue intencional. Lo de antes fue accidental. ¿Ahora puedes diferenciar entre intencional y accidental?

Así que resultó que Liliana se tomó al pie de la letra todo lo que dijo Beatriz. Por eso la niña sintió la necesidad de explicarse. Pablo solía decir que era más fácil recordar las cosas cuando se ponían en práctica.

Carolina se quedó boquiabierta. Solo se había echado ensalada en el dobladillo de la falda hace un momento, así que no era nada. Ahora, su traje estaba empapado de aderezo para ensaladas. Nunca se había sentido tan humillada.

Carolina se volvió loca

-¿Cómo puedes hacerme esto?

Todavía con el plato en las manos, Liliana parpadeó de modo inocente.

-Solo te estaba enseñando.

Los Castellanos se quedaron boquiabiertos. La pequeña se veía muy seria con sus ojos brillantes mientras le explicaba a Carolina la diferencia entre intencional y accidental. Claro, estaban atónitos, pero… pero…

La familia tuvo que decir que Liliana no podría haber hecho un trabajo mejor. Beatriz tenía una sonrisa en el rostro. Eso era lo bueno de ser niños. Eran libres de hacer lo que se les pasara por la cabeza. Nada los detiene. Así debía ser con la joven heredera de la Familia Castellanos. Tania limpió los residuos del rostro y la falda de Carolina. Sintiéndose atacada, Carolina estalló en gemidos. Acusó a Liliana entre los gritos:

-¿Cómo puedes hacerme esto? No puedes hacer esto, aunque intentes enseñarme… ¡Buaaa!

Liliana se dio cuenta de que Carolina lloraba de verdad esta vez. La chica estaba triste y miserable. Ella dijo:

-¡Lo siento!

Sin embargo, Liliana seguía sin creerse culpable. Confiaba en que Carolina pudiera distinguir ahora entre intencional y accidental. Ahora que Liliana se había disculpado, Tania ya no podía señalar a nadie. A pesar de sentirse enfurecida, Tania tuvo que forzar una sonrisa y darle una palmadita en la espalda a Carolina. Le dijo:

-No pasa nada. Ya conoces a los niños. Hoy se pelean, pero mañana vuelven a ser los mejores amigos.

Liliana dudó un poco antes de decir:

-No, yo tampoco quiero ser su amiga mañana.

Tania se quedó sin palabras. Con una sonrisa rígida, volteó a ver a Beatriz.

-Lo siento. Lo siento mucho. Llevaré a Carolina a cambiarse de ropa.

Llevándose a Carolina con ella, Tania se apresuró para alejarse. Llegaron con tanta gracia hace unos momentos y ahora se marchaban a toda prisa. Carolina apretó los puños. Lo único que sentía era más odio hacia Liliana después de que esta destrozara su racha de victorias una y otra vez. Liliana echó un vistazo a la figura de Tania, que retrocedía, antes de dirigir su mirada a Beatriz… Luego susurró:

-Abuela, con sinceridad, no quiero ser amiga de Carolina.

Liliana no estaba segura si causara problemas a la abuela al hacerlo. Tomando la mano de Liliana, Beatriz le dio seguridad.

-No tienen que ser amigas si no quieres. No tenemos que forzarnos para hacer felices a los demás. Lo hiciste muy bien hoy, Liliana.

A Liliana le brillaban los ojos. Alegre, rodeó a Beatriz con los brazos y le dio el beso más grande.

La pequeña pronunció en voz alta:

-¡Gracias, abuelita!

El corazón de Beatriz podía derretirse. Lo único que quería era darle todo el amor del mundo.

-Vamos. Te llevaré a recoger frambuesas.

Abrazando a su niña interior, la anciana cantó con alegría. Los Castellanos se sintieron aliviados por la conmovedora escena. Desde que Julieta desapareció, Beatriz no podía comer ni dormir. La depresión estuvo a punto de acabar con su vida.

Poco después de que Liliana entrara en la vida de la familia, la tez de Beatriz recuperó un saludable tono rosado. Con el adulto y el niño muy animados, nadie quiso arruinarles el momento. Liliana siguió a Beatriz al bosque y preguntó con curiosidad:

-¿Qué son las frambuesas, abuelita?

Beatriz respondió con fervor:

-Son bayas silvestres. Las recogía para comer en el campo cuando era pequeña. Son dulces.

Llamó la atención de Liliana la mención de que las frambuesas eran dulces.

-Vamos, abuela. Démonos prisa.

Liliana arrastró a Beatriz de la mano antes de darse cuenta de que no debía hacerlo. Liliana corrió hacia la espalda de Beatriz y empujó su silla de ruedas. Beatriz estalló en carcajadas. Era una pena que no pudiera mantenerse de pie. De lo contrario, seria estupendo correr por el campo con Liliana…

Liliana llevó a Beatriz hasta el límite del bosque.

-¿Dónde están las frambuesas, abuela?

Liliana observó a su alrededor. Beatriz señaló el arbusto que había más adelante.

-Las frambuesas suelen encontrarse entre los arbustos. Echemos un vistazo.

Volando por delante del grupo, Poli se dio la vuelta y se lanzó directo a los brazos de Liliana.

-¡Fantasma! ¡Fantasma! -El loro graznó mientras agitaba las alas alterado.

El sol se había puesto en la cima de la montaña y la temperatura bajó en el aire libre, convirtiendo el paisaje en algo frío y lúgubre. Por alguna razón, a Beatriz se le apretó el estómago.


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Score 9.9
Status: Ongoing Released: 12/16/2023 Native Language: Spanish
Ocho Peculiares" by Lalia Alejos is a captivating novel that intricately weaves together the lives of eight peculiar characters, exploring the depths of their eccentricities and the interplay of their destinies in a rich narrative that transcends conventional storytelling boundaries.  

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Detail Novel

Title: Read Ocho peculiares by Lalia Alejos
Publisher: Rebootes.com
Ratings: 9.3 (Very Good)
Genre: Romance, Billionaire
Language: Spanish    
 

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Capítulo 1

Ciudad Lavanda, primera zona residencial; Mansión Juárez. Hoy era el festival de las linternas. Luces de colores estaban decoradas alrededor de la casa, dando un toque de calidez a la fría atmósfera de la Familia Juárez. De repente, un grito resonó por toda la mansión. —Ay. Seguido de un ruido sordo, ¡una mujer embarazada cayó por las escaleras! Todos se sorprendieron y corrieron hacia ella. Esteban Juárez, presidente de la Corporación Ador Juárez, preguntó rápido: —Débora, ¿estás bien? El rostro de la mujer palideció al ver la sangre fresca que le corría por las piernas. Horrorizada, respondió: —Esteban, me duele... Nuestro bebé... ¡Rápido, salva a nuestro bebé! La madame de la casa, Paula Andrade, presa del pánico, preguntó: —¿Qué sucedió?
Débora miró hacia lo alto de las escaleras con lágrimas en los ojos. Todos levantaron la vista y vieron a una niña, de unos tres años, de pie en lo alto de la escalera. Al ver la mirada de todos, abrazó con fuerza el conejo de juguete que tenía en los brazos, asustada. Ricardo Juárez rugió furioso: —¿Fuiste tú quien empujó a Débora? La niña hizo un berrinche. —No fui yo, y yo no... Mientras lloraba, Débora suplicó: —No... Papá, no es culpa de Liliana. Todavía es joven, y ella no quería... Sus palabras reafirmaron rápido que era culpa de Liliana. Los ojos de Esteban se oscurecieron, y ordenó de inmediato: —¡Enciérrenla en el ático! Me ocuparé de ella en cuanto regrese. El otro se apresuró a enviar a Débora al hospital mientras los sirvientes arrastraban a Liliana escaleras arriba. Incluso cuando se le cayó un zapato, mantuvo un rostro obstinado y no suplicó ni gritó pidiendo ayuda.

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