Capítulo 39 Amor por los martillos
Ese fin de semana en el Parque de los Humedales. El parque estaba situado a las afueras de Ciudad Serrana y se tardaba cerca de cinco horas en auto, pero los Castellanos decidieron volar hasta allí en helicóptero, lo que acortó su tiempo de viaje a una hora.
El Parque de los Humedales daba a un exuberante paisaje forestal. El lugar elegido para acampar era la pradera junto al lago turquesa.
-¡Guau! ¡Es tan bonito! -Liliana se maravilló.
Poli estaba encaramado en su hombro y gritaba:
-¡Guau! ¡Tan bonito!
Hugo y Antonio se divirtieron mucho. Beatriz observó a sus ocho hijos montando tiendas y buscando agua. Era un espectáculo bastante cálido y hermoso. No pudo evitar suspirar. Si no hubiera sido por el regreso de Liliana, los Castellanos nunca habrían podido reunirse. Sonrió satisfecha a Liliana desde su silla de ruedas.
Liliana perseguía una mariposa y el loro la seguía de cerca sobre sus patas y graznando. Ana no estaba muy dispuesta a seguirla al principio, pero su risa se hacía más fuerte cuanto más tiempo perseguía a Liliana. Sus risas resonaban por toda la llanura cubierta de hierba. De repente, Liliana volvió corriendo con un trébol morado en la mano.
-¡Para ti, abuela! ¡Es una flor que concede deseos!
Darío y Josué, los dos niños pequeños, no estaban muy cerca de Liliana y Ana. Zacarías, mientras tanto, holgazaneaba en el colchón inflable con las piernas cruzadas y se burlaba.
-Infantil.
Eduardo y Luis, mientras tanto, estaban colocando las estacas de la tienda. Dichas estacas eran dificiles de sujetar a pesar de haber sido ya insertadas en el suelo.
-¿Dónde está mi martillo? -preguntó Eduardo.
Luis se quedó sorprendido.
-Es probable que seas la única persona que he conocido que lleva una caja de herramientas para
acampar.
Fue entonces cuando Liliana se acercó corriendo con una caja de herramientas.
-¡Los martillos están aquí!
La caja de herramientas de Eduardo estaba muy lejos de ser pequeña. Era la mitad del tamaño de
la chica. La niña intentaba con desesperación mantener la caja de herramientas en el aire para no arrastrarla por el suelo. Sus acciones parecían extenuantes, pero sé mantenía muy enérgica.
Eduardo se apresuró a decir:
-Dámela. Puedo hacerlo yo mismo.
Liliana le hizo un gesto con la mano.
-No hay problema. ¡Puedo hacerlo!
Abrió la caja de herramientas y sus ojos se iluminaron al ver la hilera de martillos. Eduardo se agachó.
-¿Qué te parece? Mi juego de martillos está genial, ¿verdad?
La chica asintió con energía:
¡Sí! ¡Es muy bonito!
El hombre se alegró de escucharlo.
-¿Te gusta?
Ella movió la cabeza arriba y abajo.
-Sí, me gusta. ¡Me encanta!
Gilberto, que estaba a poca distancia, se estremeció.
“¡Mi adorable sobrina se fue por el mal camino! ¿A una niña tan pequeña le gustan los martillos?».
Luis no dudó en patear a Eduardo. Hace tiempo que Liliana había tomado un mazo y había preguntado:
-¿Qué hay que martillar? ¡Yo te ayudaré, tío Luis!
El sincero Luis le respondió:
-Toma. Solo tienes que clavar la estaca.
-¡Está bien!
La niña blandió el mazo, mucho más grueso que su brazo. La estaca se clavó hasta la mitad en el suelo con un sonoro golpe.
¡Clang! ¡Clang!
Liliana gritaba mientras golpeaba las estacas. Era como un alegre carpintero que se movía con rapidez de un extremo a otro. En un instante, las cuatro esquinas de la tienda se clavaron con firmeza en el suelo con sus gritos de batalla.
A los Castellanos les hizo mucha gracia el espectáculo. Justo cuando Liliana estaba guardando el martillo, un auto llegó y se detuvo frente a su campamento. Tania descendió del vehículo y exclamó con agradable sorpresa:
-¡Usted también está aquí, Señor Antonio!
Carolina asomó la cabeza y centró su atención en Darío, que estaba leyendo con tranquilidad junto al lago. Se le iluminaron los ojos. Se levantó la falda, bajó del auto con aire muy femenino y habló de modo inocente:
-Mami, ¿podemos acampar aquí? ¡Quiero jugar con Liliana!
La madre de la niña fue detenida antes de que pudiera hablar. Antonio dijo de forma distante:
Somos demasiados aquí.
«Significa que no son bienvenidas».
Tania se quedó esperando con incomodidad, pero sonrió de manera cálida cuando encontró un espacio libre a poca distancia.
-Está bien. Estaremos allí.
De todos modos, estaban en la misma zona. Solo que era más conveniente para ellos. Tomás, el padre de Carolina, se burló entre dientes:
-Entonces montaré nuestra tienda.
Carolina fingió no ver cómo la veían los adultos y se acercó a Liliana.
-¿Qué estás haciendo, Liliana?
Era una niña de cinco o seis años, pero su simpatía escenificada resultaba insoportable. Liliana no entendía muy bien sus intenciones, pero tenía la sensación de que Carolina era igual que su madrastra, Débora. Sin decir una palabra, jugueteo con el martillo y cerró la caja de herramientas. Carolina veía a Darío junto al lago.
-¿Podemos ir allí a jugar? Vamos.
Liliana dio un paso atrás e hizo un puchero.
-No quiero jugar contigo.
Luego se escapó. Carolina se sorprendió y se sintió resentida. ¡Ya estaba actuando de manera tan
generosa y ni siquiera estaba hablando del caso de Liliana por robarle su lugar!
«¿Qué le pasa?».
Carolina dirigió su atención hacia Ana.
-¿Por qué no juegas conmigo? Allí hay pinos. ¡Quizá veamos ardillas!
Su única impresión de Ana era de la noche en que robó el vestido de Liliana. Esto la llevó a suponer que Ana odiaba a Liliana. Tener a Ana a su lado aislaría a Liliana!
¡Veamos qué es lo que puede hacer esta vez!».
Sin embargo, el comportamiento despectivo de Ana hacia ella fue inesperado.
-¿Quién dijo que quería jugar contigo? ¡Vete!
Con eso, corrió detrás de Liliana. Los ojos de Carolina enrojecieron. Se frotó los ojos mientras se acercaba a la orilla del río y se sentaba junto a Dario.
-Dario… —dijo la niña-. No sé qué hice mal. Liliana y Ana no quieren jugar conmigo.
El objeto de su afecto no levantó la vista.
-Alejate de mí y no me hables.
La chica se quedó muda. Aún era una jovencita que no podía dominar su temperamento. No hubo vacilación cuando preguntó:
-¿Liliana te dijo cosas malas de mi? Yo no lo hice…
Sus lágrimas caían a chorros mientras hablaba. Fue una habilidad que le enseñó su madre. Las chicas tenían que mostrarse débiles para que los demás tuvieran piedad de ellas. Dario frunció el ceño y guardó su libro.
-Si tanto quieres llorar, adelante.
¡Qué molesto!».
Perdió el interés y se fue con su libro. Darío se marchó por el camino que había recorrido Liliana. La niña se mordió el labio. ¿Por qué todo el mundo era tan injusto con ella? ¿Por qué nadie jugaba con ella?!
Garolina no tuvo más remedio que regresar. Justo cuando se alejaba del prado, Carolina encontró de repente a una persona escondida entre los densos árboles y gritó aterrorizada. Galena se apresuró a hacer un gesto para que la niña se callara.
-¿Puedes venir un momento, Carolina?
Carolina observó a su alrededor con aprensión antes de acercarse a la mujer. Reconoció a Galena. Tania se había asegurado de tener a la chica de su lado mientras estaba en la fiesta de cumpleaños
de Liliana, Galena sonrió con amabilidad.
-Me peleé con la Señora Castellanos, Carolina. ¿Puedo molestarte para que le pidas a Ana que venga? Será como una misión de espionaje.
Carolina asintió.
-¡Está bien!
De inmediato fue en busca de Ana. Ana estaba a poca distancia de Liliana y estaba «peleando» con Poli. Carolina se apresuró a susurrarle unas palabras al oído. Ana vio a su alrededor y vio que, en efecto, su madre estaba en el bosque saludándola con la mano. Ana tiró a un lado la rama de su árbol y se acercó corriendo.
5/5