Capítulo 35 Los Castellanos se lo deben a ella
Ana, por su parte, estaba tan asustada que dejó de llorar. Sus gritos se convirtieron en hipos y sollozos suaves. El temperamento de Beatriz se encendió. Su semblante adquirió una frialdad
ártica.
-Te gusta llorar, ¿verdad? ¡Haz lo que quieras! ¡No puedes parar hasta que llenes esta cubeta!
La niña, como no podía ser de otra manera, estallo en llantos después de recibir el susto. Al principio estaba llorando para hacer una escena, pero ahora aullaba. Esta vez sus lágrimas eran de verdad. La niña sostenía la cubeta entre las manos y no paraba de llorar. Cada lágrima caía en el recipiente.
La Señora Beatriz Ledezma, la señora del hogar de los Castellanos, era, sin embargo, una mujer obstinada. Observó en silencio el llanto de la joven. La anciana tenía un límite para las niñerías que podía soportar.
«¿Quieres actuar? Yo también puedo».
Ambas estaban ahora en un punto muerto hasta que Ana se cansó de sus interminables
lloriqueos. La niña tenía demasiado miedo para parar. Empezó a llorar aún más cuando por fin se dio cuenta de que sus lágrimas no llenaban ni media taza. Se atragantó mientras seguía sollozando.
-No puedo más, abuela. Tengo sed… quiero agua.
Margarita apenas podía contener la risa. Beatriz estaba tan enfadada como divertida.
-¿Vas a seguir llorando?
Ana se limpió las lágrimas y sacudió la cabeza. Tenía los ojos inyectados en sangre. Beatriz gruñó y volvió a entrar. Margarita se apresuró a acercarse a la niña.
-¡Volvamos adentro, señorita! Tome un vaso de agua.
Ana había llorado hasta ponerse roja. Nunca nadie la había tratado así. Su madre siempre satisfacía sus exigencias cuando comenzaba con las lágrimas. Poco a poco iba comprendiendo que sus lágrimas no lo eran todo. No significaban nada ante su abuela.
Margarita acompañó a la niña hasta el primer piso y la sentó para que bébiera agua. Nadie más había vuelto a casa. Su madre también se había marchado. Parecía que era la única que quedaba en la enorme mansión. De repente, Ana se sintió temerosa, nerviosa y confundida. Era como si el mundo la hubiera dejado atrás…
Justo cuando se sentía impotente, una pequeña figura bajó corriendo las escaleras. Liliana Juárez le dio una paleta.
-Para ti, Ana.
Se
dio an
cuenta de que Ana lloraba sobre una cubeta en el jardín después de despertarse. Ana se limpió la nariz y volteó el rostro.
-¡No quiero tus dulces!
Liliana no dudó en volver a meterse la paleta en el bolsillo.
-De acuerdo, si tú lo dices.
-¡Argh!
Liliana preguntó con curiosidad:
-¿Ya está llena tu cubeta, Ana?
En/cuanto se acordó del asunto que tenía entre manos, tuvo la sensación de que no sería capaz de llenar la cubeta, aunque se pusiera a llorar hasta quedarse ciega. Se apretó los labios mientras empezaban a caer nuevas lágrimas. Liliana se apresuró a acercarle la cubeta.
-¡Tú puedes hacerlo, Ana! ¡Todavía falta mucho para llenar esa cubeta!
Ana protestó mientras seguía llorando:
-IS…Sujétala mejor! No dejes que mis lágrimas caigan al suelo…
Ambas sudaban de manera copiosa. La cubeta estaba un poco mojada, pero Ana ya no tenía lágrimas que derramar. Liliana acercó de inmediato el vaso de agua que había sobre la mesa.
-¡Ya no tienes agua en los ojos, Ana! Bebe más.
La niña engulló el vaso y volvió a intentarlo, pero ya no se le formaron lágrimas. Liliana le sirvió
otro vaso.
-Aquí hay más.
Ana acabó bebiendo cuatro vasos enteros de agua, lo que la dejó hinchada. Lo intentó durante un buen rato. Su voz se volvió ronca, pero la cubeta aun no se había llenado. Liliana se mostró comprensiva con su difícil situación.
-¿Qué podemos hacer? Todavía no está lleno. ¿La abuela no te va a dar de cenar…?
Buaa!
Los ojos de Liliana brillaron bajo la luz mientras levantaba la cubeta una vez más. Fue entonces cuando Antonio regresó con Darío y Josué. La absurda visión de Ana llorando con Liliana sosteniendo una cubeta fue lo que los recibió. Liliana seguía animando a Ana.
-¡Tú puedes! ¡Cree en ti misma!
Antonio frunció el ceño y preguntó:
-¿Qué está pasando aquí?
Liliana explicó de inmediato:
-La abuela hizo que Ana llorara en una cubeta hasta llenarla, tío Antonio. No puede parar hasta que esté lleno. ¡Estamos trabajando duro!
-¿Qué?
Ana vio a Antonio, pero ya no le quedaban lágrimas que derramar. Estaba cansada. Era la primera vez que experimentaba lo agotador que podía ser llorar.
¡No volveré a llorar!».
Ana pidió con pesar:
-No volveré a llorar, tío. Por favor, pídele a la abuela que me permita cambiar por una cubeta más pequeña.
Liliana negó de manera enérgica con la cabeza.
-Nada de cubetas. Pídele a la abuela una taza en vez de eso, tío Antonio…
La niña agitó la cubeta. Tuvo la sensación de que ni siquiera una taza funcionaría. Ana siempre lloraba, pero ni siquiera ella podía llenarla.
-¿Cómo?…
Josué, que era bueno en matemáticas, se metió las manos en los bolsillos y comenzó a hablar.
-Una persona normal solo produce cinco onzas de lágrimas cuando llora. Un lavamanos puede llenar alrededor de un cuarto. Te pasarías los próximos 2000 días llorando. Estas son las cifras, sin tener en cuenta la tasa de evaporación. Ni siquiera cinco años de lágrimas serían suficientes para llenarlo.
Ana volvió a llorar.
-¿Qué puedo hacer? ¡No puedo llorar más!
Liliana lo pensó un momento.
-Inténtalo de nuevo cuando te despiertes mañana.
Cinco años no parecían muchos. Pasarían en un instante. Liliana intentó consolar a Ana. Antonio
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apretó los labios. En sus facciones había un tinte inconsciente de risa. Los niños cran tan ingenuos y risibles.
-Ve a jugar. Hablaré con la abuela.
Liliana asintió y arrastró a Ana escaleras arriba:
-Vamos. -Temía que su abuela insistiera.
Tanto Darío como Josué se quedaron sin palabras. Ana era una idiota y Liliana también.
«¿La abuela le exigió que llorara una cubeta y ella le hizo caso?”.
¿Cómo iban a declarar a los de fuera que era su hermana? Ambos chicos, uno con una bolsa en la mano y el otro con las manos metidas en los bolsillos, volvieron con tranquilidad a sus habitaciones.
Galena, mientras tanto, cargaba con furia su maleta de vuelta a casa de su familia. La abuela de Ana se asombró al verla con varias maletas.
-¿Qué está pasando?
Galena empujó la puerta, tiró todo al suelo y al final explotó. Empezó a gritar:
-¡Esa maldita bruja me corrió!
La anciana, sorprendida por la noticia, jadeó:
-¿Por qué te corrió?
¿Por qué otra cosa crees? Me acusa de no saber cuidar niños e insiste en que Luis se divorcie de mí.
Se desahogó sobre todo lo que había pasado. La anciana estaba furiosa. Empezó a discutir con los
brazos en alto:
-¿Qué le pasa a esa mujer? ¿Y qué importa si no sabes hacerlo? ¿Acaso ella sabe solo porque es abuela?! Incluso te corrió delante de tu propia hija. ¿Qué clase de daño duradero causará eso?! ¡Está loca!
-¡Las relaciones en el mundo moderno ya no se basan en la afinidad entre suegra y nuera! Eso es cosa del pasado. ¡Una suegra debe saber poner límites con su hijo y su nuera! ¡No es más que una estúpida agitadora al entrometerse en asuntos domésticos que no son de su incumbencia!
Tanto la madre como la hija iban y venían. Era como si la Familia Castellanos les debiera algo…