Read Ocho peculiares by Lalia Alejos Capítulo 36

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Capítulo 36 Ruéguenme, Castellanos

Galena al final se calmó después de desahogar sus frustraciones. Ya había oscurecido y, sin embargo, nadie se había puesto en contacto con ella, lo que la dejó inquieta.

-¡Debería irme a casa! Yo… se lo rogaré. Haré lo que sea por Ana.

Galena, después de todo, seguía temiendo que la corrieran. La anciana, Elena Junco, la fulminó con la mirada.

-¿Por qué tienes que ser tú la que ruegue? Siempre has sido demasiado amable. Por eso todo el mundo se mete contigo.

Sacó su móvil y se puso en contacto con un empleado de la Mansión Castellanos, después de estar dando vueltas y preguntando por el estado de Ana a primera hora del día. La abuela de Ana dijo con toda naturalidad:

-¡Mira! ¡Ana está llorando porque no estás con ella! No te preocupes, ino podrán con ella! ¿Deberías esperar a que vengan a rogarte!

Galena dudó.

-Eso es imposible…

La anciana se cruzó de brazos.

-¿Qué cosa? ¿Qué niño puede estar lejos de su madre? Nunca te has separado de Ana desde que nació. Seguro que esta noche va a causar problemas a la hora de dormir.

No tenían ni idea de que ni siquiera Galena podía persuadir a su hija cuando se portaba mal. Hasta la madre la pasó mal. ¿Cómo la iba a pasar la Familia Castellanos?

-Sé obediente. Escúchame. ¿Crees que no saben dónde estás?

Galena no podía decidirse, pero Elena tenía razón. Era cierto que nadie podía controlar a Ana cuando lloraba. Los Castellanos no permitirían que armara un escándalo por la noche, ¿o sí?

Aunque consiguiera dormirse, ¿qué pasaría al día siguiente? Ana también era bastante gruñona por las mañanas. Al menor desacuerdo, rompía todo lo que encontraba a su paso. Nadie más que ella sabía cómo persuadir a la niña.

Zacarías también estaba allí. A primera vista, Zacarías parecía más fácil de controlar que Ana, pero era el peor de los dos. Le encantaban los juegos. A cualquiera que intentara sermonearlo al respecto le Janzaba un móvil con furia. Era terco como una mula.

Galena se sintió aliviada después de pensarlo. Decidió arriesgarse.

¡Solo esperen y se darán cuenta! Verán que no pueden prescindir de mí. No pueden hacer que me divorcie de Luis.

Sin su madre a su lado, a Ana se le saltaron las lágrimas esa noche. No obstante, aprendió a no quejarse después del incidente de la cubeta que no se podía llenar. Margarita sintió pena por ella.

-¡Duérmase, señorita! Mañana será un mejor día.

La niña se aferraba a su edredón con lágrimas cayendo por su rostro…

-¡Sal de aquí! ¡No te quiero! -Se ahogó.

-Señorita…

De repente, Ana tomó una almohada y se la lanzó en el rostro a la mujer.

¡Vete!

«¡No quiero a Margarita! ¡Quiero a mi mami!».

Ana ya no estaba llorando, pero seguía de mal humor. De manera caprichosa, tiró todo lo que estaba sobre la mesa con un sonoro estruendo. Margarita no tuvo otra opción que irse.

-Haga sonar la campana si necesita algo.

Se encontró con Beatriz afuera y a Liliana a su lado vestida en ropa de dormir. Beatriz preguntó:

-¿Está haciendo una rabieta?

-Ella está mucho mejor. Por favor, no se enfade con ella. Es solo una niña…

Beatriz aclaró la garganta. Era justo por esa razón por la que había que disciplinar a la niña. ¿Esperaban que de repente comprendiera cómo ser una persona sensata al llegar a la edad adulta? Eso era imposible. Liliana abrazó a su conejo de juguete y tocó la puerta. Empezó con voz infantil.

-Ana, ¿tienes miedo de dormir sola por la noche? –Asomó la cabeza y susurró Hay fantasmas por la noche! ¿No tienes miedo? ¿Puedo quedarme contigo?

Ana vio a la joven como si fuera una enemiga. En definitiva, lo decía a propósito.

¡No te quiero aquí! ¡Fuera! -Ana dio un portazo.

Liliana parpadeó con inocencia. ¡Estaba diciendo la verdad! Era cierto que había un fantasma. Tal vez no había sido suficiente con cerrarle la puerta en las narices, así que abrió la puerta una vez más para romper un vaso de cristal. Beatriz dijo con frialdad:

-Ven, Liliana. No pierdas tiempo con ella.

Apestaba a mocosa mimada. Liliana no tuvo más remedio que volver a su habitación con su conejo de juguete en la mano.

-¡Buenas noches, abuela!

Beatriz asintió:

-Buenas noches.

Liliana era tan buena chica… Una preocupaba a los demás con su indisciplina y la otra se portaba tan bien. ¿Cómo podía elegir a una u otra cuando ambas eran preciosas para ella? Ese sentimiento alimentó su esperanza de ver mejor a Ana.

Beatriz suspiró:

-¿Fui demasiado estricta con ella?

Liliana dudó un momento, luego se puso de puntitas y acarició la cabeza de la anciana.

No te preocupes, abuela. ¡Todo va a mejorar!

Su voz infantil y su expresión seria eran un intento de hacerse pasar por adulta. Beatriz no pudo evitar reír mientras sus turbulentas emociones se calmaban.

De vuelta en la habitación de Liliana. Pablo Belmonte comenzó:

-Ven, Tulipán, te enseñaré sobre hechizos. Conoces los hechizos, ¿verdad? ¿Del tipo del que puedes lanzar una bola de fuego?

Liliana parecía escéptica.

-Soy una niña, Maestro. No debería mentirle a un niño.

“¿Cómo es posible que un ser humano lance bolas de fuego?».

¡Tenía tres años, casi cuatro y ya sabía mucho! Los labios del hombre se torcieron al notar su escepticismo.

-No me crees… Bueno, despertar el tercer ojo es una cosa. No faltan los superdotados. Después de todo, el tercer ojo es algo que todo el mundo tiene.

Pero los hechizos son diferentes. Se requiere teoría para practicarlos. Algunos practicantes no pueden encender una sola chispa y solo pueden confiar en los encantamientos para el fuego. Es natural que no creas que pueda suceder. ¡Ah, en definitiva, eres de los que van a fracasar en el

intento, Tulipán!

Liliana frunció el ceño.

-Si está tratando de incitarme, Maestro, no está funcionando.

—¿Ah?

«Es obvio que tiene cuatro años. ¿Por qué es una niña tan difícil?».

Liliana lo atravesó con la mirada.

-¿Por qué no lo hace, Maestro? Le creeré si me lo enseña.

Las comisuras de sus labios se torcieron en respuesta.

-Puedo ser bueno en lo que hago, pero este maldito…

La niña entendió por fin lo que quería decir.

-Oh, así que está diciendo que usted tampoco puede hacerlo.

El hombre se masajeó la frente.

-¡Oye! ¿Qué estás tratando de insinuar aquí? ¿Estás diciendo que no puedo hacerlo? -La fulminó con la mirada-. Solo intento cuidarte por si te asustas. Es un hechizo poderoso. ¿Y si acabo quemándote todo el cabello? Te quedarás calva.

Liliana continuó:

-Pero…

-¡Basta ya! ¡Deja de hacer tantas preguntas, niña! Ven, di el encantamiento conmigo. %$&#… ¿Entiendes?

-¿Eh?

“¿Puede decirlo más despacio esta vez…?».

Ana, por su parte, abrazaba con fuerza su edredón mientras sollozaba en secreto. Estaba cansada de llorar después de lo de hoy, pero al calmarse, lo único que sintió fue agravio. Se levantó a toda prisa por una taza cuando vio que le corrían lágrimas por las mejillas…

Una repentina ráfaga de viento abrió de golpe la ventana. Ana dio un brinco del susto y se dio la vuelta para ver. Se frotó los ojos.

¿Había una sombra blanca…?».

Temblando, tiró la taza a un lado y volvió a meterse bajo las sábanas. Solo se escuchaba el sonido de su propia respiración en el edredón, pero, por alguna razón, sintió como si alguien estuviera

con ella.

Algo jaló de su pie. Con un grito, se levantó y corrió hacia la puerta, gimiendo:

-Mami…

Detrás de ella, una sombra blanca se acercaba despacio…

PIP


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Score 9.9
Status: Ongoing Released: 12/16/2023 Native Language: Spanish
Ocho Peculiares" by Lalia Alejos is a captivating novel that intricately weaves together the lives of eight peculiar characters, exploring the depths of their eccentricities and the interplay of their destinies in a rich narrative that transcends conventional storytelling boundaries.  

Read Ocho peculiares by Lalia Alejos

Detail Novel

Title: Read Ocho peculiares by Lalia Alejos
Publisher: Rebootes.com
Ratings: 9.3 (Very Good)
Genre: Romance, Billionaire
Language: Spanish    
 

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Capítulo 1

Ciudad Lavanda, primera zona residencial; Mansión Juárez. Hoy era el festival de las linternas. Luces de colores estaban decoradas alrededor de la casa, dando un toque de calidez a la fría atmósfera de la Familia Juárez. De repente, un grito resonó por toda la mansión. —Ay. Seguido de un ruido sordo, ¡una mujer embarazada cayó por las escaleras! Todos se sorprendieron y corrieron hacia ella. Esteban Juárez, presidente de la Corporación Ador Juárez, preguntó rápido: —Débora, ¿estás bien? El rostro de la mujer palideció al ver la sangre fresca que le corría por las piernas. Horrorizada, respondió: —Esteban, me duele... Nuestro bebé... ¡Rápido, salva a nuestro bebé! La madame de la casa, Paula Andrade, presa del pánico, preguntó: —¿Qué sucedió?
Débora miró hacia lo alto de las escaleras con lágrimas en los ojos. Todos levantaron la vista y vieron a una niña, de unos tres años, de pie en lo alto de la escalera. Al ver la mirada de todos, abrazó con fuerza el conejo de juguete que tenía en los brazos, asustada. Ricardo Juárez rugió furioso: —¿Fuiste tú quien empujó a Débora? La niña hizo un berrinche. —No fui yo, y yo no... Mientras lloraba, Débora suplicó: —No... Papá, no es culpa de Liliana. Todavía es joven, y ella no quería... Sus palabras reafirmaron rápido que era culpa de Liliana. Los ojos de Esteban se oscurecieron, y ordenó de inmediato: —¡Enciérrenla en el ático! Me ocuparé de ella en cuanto regrese. El otro se apresuró a enviar a Débora al hospital mientras los sirvientes arrastraban a Liliana escaleras arriba. Incluso cuando se le cayó un zapato, mantuvo un rostro obstinado y no suplicó ni gritó pidiendo ayuda.

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