Read Ocho peculiares by Lalia Alejos Capítulo 173

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Capítulo 173 La locura de Liliana

Anaht

La orilla del ris resonó con gritos y alaridos.

El sol se ponia y el jardín estaba fresco con una brisa helada. Todos estaban rígidos de terror.

-¿Qué? ¿Qué acaba de pasar?

-¿Estoy loco?

-iDios mío, olvidense de eso! ¡Sálvenla, sälvenla!

Sin embargo, ya nadie se atrevía a entrar. La escena había sido demasiado aterradora. Si esa chica rubia de verdad era un cadáver, un cadáver había arrastrado a alguien bajo el agua. ¿Quién se atrevería a bajar allí?

Y si la rubia no era un cadáver y era una persona viva, eso significaba que era un asesinato intencional. Había esperado a que la mujer saltara para luego arrastrarla bajo el agua y nadie iba a bajar allí.

Algunos miraron a Braulio. Menos mal que los había detenido, o también se habrían metido en problemas junto con la persona que se hundió.

Justo entonces, el barco acababa de llegar. La gente del barco podía ver mejor. Uno de los miembros del equipo de rescate, un hombre joven, gritó:

-¡Lo encontramos! Lo encontramos.

El equipo vio a una mujer forcejeando y lo que parecía un cadáver flotando y se preparó para ir a ayudar.

Un miembro veterano gritó:

-¡Vigila de cerca, Gregorio!

El joven miembro del equipo de rescate se llamaba Gregorio. Estaba abrumado por la emoción de haber encontrado por fin el cuerpo de la chica muerta después de buscarlo durante todo un día. El cuerpo estaba vestido con ropas que coincidían con la descripción de la chica que también se había ahogado.

Enseguida, vio cómo el cadáver se levantaba y arrastraba a la dama que luchaba bajo el agua.

-¡Que mi*rda! -gritó Gregorio aterrorizado.

Pudo ver bien que se trataba de un cadáver flotando. Había rescatado a un buen número de cadáveres y reconocía uno cuando lo veía.

¿Los cadáveres pueden arrastrar a’la gente bajo el agua?”.

Justo entonces, Gregorio sintió como si la cabeza le fuera a estallar. Se le erizaron todos los vellos del

cuerpo.

-Capitán! -gritó.

El capitán se acercó con una cuerda en las manos, moviéndose rápido mientras hablaba.

Por que actúan como si hubieran visto un fantasma? Vayan por ellos.

-Eh, ¿dónde se metieron? Me volteé solo un segundo.

Había otra lancha viniendo de la dirección opuesta. Las herramientas necesarias para arrastrar a un cadávery à una persona viva eran diferentes, por lo que cambiaron las redes rápido, trabajando juntos para subir a ambas personas.

El cadáver femenino y la mujer de mediana edad fueron sacados del agua. Todos vieron que el cadáver daba un enorme respingo y pensaron que estaban alucinando.

Los ojos de Gregorio se abrieron demasiado.

-¡Capitán!

El capitán también estaba estupefacto.

-Si vi, si lo vi. Cállate.

La mujer fue la primera en ser levantada y el equipo de rescate se puso a trabajar de inmediato. La mujer escupió una bocanada de agua enseguida y recuperó los sentidos poco a poco.

Al recobrar el conocimiento, empezó a levantarse mientras gritaba:

-¡Vanesa, mi Vanesa! ¡Rápido, salven a mi hija!

El capitán del equipo de rescate la sujetó.

-Ya sacaron a su hija. Entendemos cómo se siente, por favor, tómese su tiempo para llorar.

La mujer se sobresaltó.

-¿Qué? ¿Qué quiere decir?

¿Significa que mi hija está muerta? No, no Rescataron a las otras dos chicas, ¿por qué solo mi hija

murió?..

Se negaba a creerlo.

La mujer se agarró al borde del bote, murmurando en voz baja:

-¡No les creo! Se equivocaron de cuerpo. Acabo de ver a mi Vanesa, voy a buscarla yo misma. ¡La voy a buscar yo misma si no me ayudan!

Hizo un movimiento para saltar al agua mientras hablaba, sin escuchar a nadie.

Los demás no sabían qué decir, pero no era la primera vez que veian a alguien perder así el control. Llevaban años trabajando para un equipo de rescate. Antes de ver el cadaver, los familiares solían aferrarse a cualquier último resquicio de esperanza de que sus seres queridos siguieran vivos.

Cuando por fin sacaban el cuerpo, algunos familiares se desmayaban en el acto. Algunos se derrumbaban y se negaban a creerlo, otros incluso agredían a los miembros del equipo y los culpaban de haber llegado

demasiado tarde.

La mujer fue sujetada con fuerza y volteó a ver el cadáver cubierto con una lona azul. Levantaron la lona y, en efecto, se trataba de su hija.

La mujer cayó al suelo, revolviéndose y lanzándole una patada tras otra a Gregorio, que se encontraba

cerca de ella.

-¿Para qué trabajas aquí? ¿Por qué encontraste a mi hija hasta ahora? ¿No debería ser fácil pescar un cadáver? Son unos malditos inútiles, ibuscando durante todo un día para que pase esto! ¡Ustedes son la razón de que mi hija esté muerta!

Tú deberías estar muerta! ¡Todos ustedes deberian estar muertos!

Sollozaba y gritaba. A Gregorio le dolía el pecho escucharla.

Como miembro de un equipo de rescate, la alegría de rescatar a alguien con vida apenas bastaba para aliviar la pesadez que producía levantar un cadáver. Bastaba con que alguien hubiera muerto para que los maldijeran los seres queridos del fallecido.

La pasión que llevaba dentro cuando entró por primera vez al equipo de rescate se estaba desvaneciendo poco a poco, convirtiéndose en una desesperanza en la humanidad. En serio tenía sentido todo eso?

La mujer siguió gritando y maldiciendo mientras llegaban a la orilla.

Braulio sostuvo a Liliana mientras esperaban en la orilla del río. Se rumoraba que habían subido a las dos personas y la multitud estaba creciendo.

El pecho de Liliana latía sin parar mientras la mujer seguia gritando como una loca. Liliana solo tenía cuatro años, pero se sentia muy mal al ver eso.

-¡Deja de gritar!-gritó muy alto de repente-. ¡Tú eres la inútil! ¡Eres la más inútil! Todo lo que haces es causar problemas y no escuchas cuando la gente te dice que no hagas algo, ientonces gritas y chillas ante los demás! Eres muy cobarde.

La niña estaba tan enfadada que había utilizado una palabra que había aprendido en la televisión: cobarde.

Sintió de verdad que esa señora estaba siendo un fastidio. Era trágico que hubiera perdido a su hija, ipero no debería insultar asi a los demás!

Todos los demás asintieron.

-Sí, es cierto, No es fácil ser miembro de un equipo de rescate. No ganan ni un centavo haciendo esto. ¿Qué derecho tiene de estar gritando así?

-¿Hicieron mal en ayudar?

Los curiosos más acalorados maldijeron un poco más.

-¡Creo que usted tiene más culpa aquí, como madre! ¿No podía haber vigilado a su propia hija? Lo único que sabe hacer es culpar a los demás.

Los más moderados hicieron lo que pudieron para mediar la situación.

-Está bien, está bien, ya basta. Lo está pasando mal, acaba de perder a su hija.

Braulio apretó los labios, mirando muy serio a la multitud que tenía delante. Hacía tiempo que se había vuelto más frío por el derramamiento de sangre que él mismo había vivido y no se sentía tan conmovido por aquello.

Sin embargo, Liliana se zafó de sus brazos y corrió hacia el joven que estaba ordenando unas cosas a un lado. Gregorio estaba recogiendo las cuerdas, con un peso en el pecho tan grande que apenas podía respirar. El trabajo había terminado por fin y, después de estar todo el dia de pie, lo único que sentía era fanga:

Fatiga extrema, hasta el punto de que se planteó no volver a trabajar después de eso.

En ese momento, una mano diminuta le tomó el brazo con delicadeza. Gregorio se detuvo de repente.

Una niña levantó la cabeza, hablando en tono serio y educado.

-Gracias por su duro trabajo, señor. Lo hizo muy bien. ¡Es usted el mejor, señor! Es como un superhéroe.

Mirandola fijo a sus grandes ojos, negros como el azabache, y a su mirada sincera y seria, Gregorio sintió un nudo en la garganta mientras sus ojos empezaban a humedecerse.

-Gracias.

El padre de la niña se acercó y la levantó en el aire. Ella se despidió con la mano y Gregorio le devolvió el saludo enseguida.

-¿Quién dijo que ser un héroe era sinónimo de gloria?».

Gregorio sonrió, se frotó los ojos y murmuro:

-Gracias.

Apreció el extraño gesto de la niña pequeña. De repente, sintió que había cobrado valor.

A su lado, la mujer seguia gritando como una loca.

-¿Por qué me gritas? ¿Sabes cómo me siento ahora mismo? ¿Ya perdiste a tu hija antes? ¡No sabes nada!

¿Dije algo malo? Mi hija no habría tenido que morir si todos hubieran sido más rápidos.

Todo esto es culpa tuya. Mi pobre hija, mi Vanesa.

El viento sopló sobre la lona que cubría el cadáver de la chica, dejando al descubierto sus ojos abiertos y su rostro pálido.

Nadie vio que sus pupilas se dilataron y se contrajeron antes de volver a la normalidad.

 


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Score 9.9
Status: Ongoing Released: 12/16/2023 Native Language: Spanish
Ocho Peculiares" by Lalia Alejos is a captivating novel that intricately weaves together the lives of eight peculiar characters, exploring the depths of their eccentricities and the interplay of their destinies in a rich narrative that transcends conventional storytelling boundaries.  

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Detail Novel

Title: Read Ocho peculiares by Lalia Alejos
Publisher: Rebootes.com
Ratings: 9.3 (Very Good)
Genre: Romance, Billionaire
Language: Spanish    
 

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Capítulo 1

Ciudad Lavanda, primera zona residencial; Mansión Juárez. Hoy era el festival de las linternas. Luces de colores estaban decoradas alrededor de la casa, dando un toque de calidez a la fría atmósfera de la Familia Juárez. De repente, un grito resonó por toda la mansión. —Ay. Seguido de un ruido sordo, ¡una mujer embarazada cayó por las escaleras! Todos se sorprendieron y corrieron hacia ella. Esteban Juárez, presidente de la Corporación Ador Juárez, preguntó rápido: —Débora, ¿estás bien? El rostro de la mujer palideció al ver la sangre fresca que le corría por las piernas. Horrorizada, respondió: —Esteban, me duele... Nuestro bebé... ¡Rápido, salva a nuestro bebé! La madame de la casa, Paula Andrade, presa del pánico, preguntó: —¿Qué sucedió?
Débora miró hacia lo alto de las escaleras con lágrimas en los ojos. Todos levantaron la vista y vieron a una niña, de unos tres años, de pie en lo alto de la escalera. Al ver la mirada de todos, abrazó con fuerza el conejo de juguete que tenía en los brazos, asustada. Ricardo Juárez rugió furioso: —¿Fuiste tú quien empujó a Débora? La niña hizo un berrinche. —No fui yo, y yo no... Mientras lloraba, Débora suplicó: —No... Papá, no es culpa de Liliana. Todavía es joven, y ella no quería... Sus palabras reafirmaron rápido que era culpa de Liliana. Los ojos de Esteban se oscurecieron, y ordenó de inmediato: —¡Enciérrenla en el ático! Me ocuparé de ella en cuanto regrese. El otro se apresuró a enviar a Débora al hospital mientras los sirvientes arrastraban a Liliana escaleras arriba. Incluso cuando se le cayó un zapato, mantuvo un rostro obstinado y no suplicó ni gritó pidiendo ayuda.

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