Capítulo 142 Presagios
Priscila estaba llena de energía después de haber llorado a más no poder la noche anterior. Viendo su reflejo en el espejo, se dio ánimos a sí misma.
Puedes hacerlo, Melocotón. Eres la mejor chica del mundo. Y nadie puede decirte lo contrario.
Fernando entró con una bandeja de comida. Cuando vio a Priscila dándose ánimos, sonrió.
Eres tan adorable, Bombón. Quédate conmigo, ¿por favor?
Priscila lo vio con tristeza.
-No puedo, Fernando. En verdad desco despertarme asi todos los días. Me harías el desayuno. Te daría un niño. Y cuando te fueras a trabajar, me aseguraria de que la casa estuviera ordenada. Esperaría a que vuelvas a casa con el niño.
-Entonces quédate. -Fernando agarró a Priscila con sus brazos. Su voz era temblorosa-. Trabajaré duro para darte la vida que mereces.
Priscila negó con la cabeza.
-¿Qué hay de Saúl entonces? Está deprimido. Yo soy la única razón por la que respira. Si lo dejo, se suicidará. Te quiero, Fernando. Te amo de verdad. Pero no puedo ser tan egoista. No puedo dejarlo morir. -Fue muy impresionante cómo a Priscila se le ocurrió una trama tan cursi en un instante-. Olvidame, Fernando-pronunció Priscila abatida-. Hablaré con él ahora.
Fernando acercó a Priscila.
-¡No! ¿Y si eso fue suficiente para llevarlo al límite? Si se suicida, nunca me lo perdonaría.
Priscila apartó a Fernando de un empujón, lo vio con dureza y se echó a correr. Fernando la persiguió. pero al final la perdió. En el hueco de la escalera, la angustiada Priscila se lamentaba de no poder estar junto a Fernando. Y así, decidió visitar a su tercer novio, Sam Mauri.
-¿Bombón? -Sam estaba a punto de irse a trabajar cuando vio a Priscila-. Pensé que habias dicho no querías verme más.
Priscila respondió con nostalgia:
-No sé a quién acudir. Y mi cuerpo vino aquí por alguna razón.
Sam se contuvo de hacer cualquier cosa. Se rio con disimulo.
-¿Dónde están Saúl y Fernando? ¿No están…?
que
-iDetente!-Priscila se cubrió el rostro en agonia-. Ellos y yo solo somos amigos. Después de que me dejaste, nunca me puse en contacto con ellos. No queria venir aqui. Pero mi cuerpo me decía…
Sam dudó antes de estrechar a Priscila entre sus brazos. Por un segundo, se sintió como si fuera la protagonista femenina de una telenovela. Sin embargo, cuando levantó la vista, el rostro desaliñado de Sam rompió su ilusión. Había decidido dejarse crecer la barba sin control. Priscila se sintió abatida. Parecia que Antonio y Braulio eran los unicos que se ajustaban a su estándar.
–Lo siento, no debi haber venido a molestarte. Yo…
Priscila estaba a punto de i:se, pero Sam no podía esperar más. La mujer que tenía frente a él era demasiado tentadora, La inmovilizó contra la pared y la besó. Priscila se quedó sin aliento. Un par de labios suaves estaban contra los suyos.
Cerró los ojos, imaginando que Braulio estaba haciendo de las suyas con ella. ¿Cómo podía una presa como ella escapar de las fauces de un macho alfa? Media hora después, Priscila enterró la mitad de su mejilla carmesi bajo la sábana. Sam la vio con toda la ternura del mundo.
Fue tu primera vez, Priscila? ¿Por qué tienes que sacar el tema? ¡Argh!
No era su primera vez. Habia tenido muchas primeras veces con sus novios. Gracias a la tecnologia moderna, cualquier cosa podía restaurarse. Ella tendria que visitar el hospital de nuevo para prepararse para Braulio y Antonio. Sam abrazó a Priscila. Durante su sesión de abrazos, Priscila le contó cómo se cruzó con los Castellanos y fue despedida.
—¿Por eso viniste a verme? —preguntó Sam.
-No podía más. La culpa me consumia. Pero no aceptaron mis disculpas. Caminé sin rumbo por la calle y lo siguiente que supe es que estaba en tu puerta.
-Mi corazón te llamó… -dijo Sam.
-¡Oh! Priscila pensó en algo-. ¿No trabajas para Valores Castellanos? ¿Puedes colarme? Quiero disculparme con el Señor Castellanos en persona.
-No es necesario -Sam la abrazó.
-Tengo que hacerlo. No sabes lo culpable que me sentí cuando vi esos comentarios desagradables sobre Liliana. ¡Solo tiene cuatro años! Podría haber parado la pelea si no me hubiera desmayado pensando en ti.
Sam nunca había conocido a una chica tan amable y pura como Priscila. Por esa razón Cedió:
-Puedo intentarlo. Pero la planta de administración es diferente de la del director general. Trabaja en el sesenta y seis. No tenemos autorización.
-No hay problema. Cuando hay voluntad, hay una manera.
Priscila le dio un ligero beso en la mejilla a Sam. Como de todas formas ya llegaba tarde. Sam decidió tomarse medio dia libre. La pareja partió hacia el edificio de oficinas por la tarde.
Situado en la zona central de la nueva zona económica, había un edificio en forma de cúpula que pertenecía a Valores Castellanos. Era un complejo multifuncional. Las treinta plantas inferiores servían de hotel y el espacio que se encontraba más alejado era un espacio de trabajo, tanto para los negocios de los Castellanos como para otras empresas.
Los empleados de Valores Castellanos tenían sus elevadores exclusivos a los que se accedía mediante su tarjeta de empleado.
Priscita contempló el impresionante entorno.
-Increible!
Sam examinó su rostro inecente y juró para sus adentros que algún día le enseñaría el mundo.
-¿El Señor Castellanos también toma este elevador? -preguntó Priscila.
Hoy estaba muy arreglada. En su mente, esperaba que Antonio tomara el mismo elevador que ella. Y entre la multitud, Antonio se fijaría en su belleza. Porque se trataba de una chica diferente.
El Señor Castellanos toma los elevadores VIP. Por alli.
Valores Castellanos poseía casi todo tipo de empresas. Sam, por ejemplo, trabajaba en su filial de moda. La oficina del director general estaba en el piso sesenta y seis. La gente que trabajaba allí dirigía las filiales.
-No es tan clasista como para tener su propio elevador exclusivo.
Dicho esto, no se les tenia permitido tomar los elevadores VIP.
-¡Esto es muy impresionante! -exclamó Priscila.
Como Valores Castellanos era una compañía tan grande, también debía de haber montones de departamentos. De todos modos, Priscila estaba harta de ser profesora. Podía solicitar el puesto de secretaria de Antonio. Cuando eso ocurriera, podría desempeñar el papel de una secretaria atenta que atendiera todas las necesidades del director general.
Antonio no podía deshacerse de una sensación inquietante después de su reunión. De repente, un rostro infantil apareció en el marco de la puerta.
-¡Tio Antonio! -Era la voz de Liliana.
Llevaba una camisa a rayas y unos pantalones vaqueros. En su hombro había una mochila transparente para mascotas que albergaba a Poli y Tortuga.
-Liliana? ¿Por qué estás aquí?
Detrás de Liliana estaba Beatriz. Llevaba una lonchera en la mano.
-Liliana adivinó que hoy te encontrarías con cosas malas, así que vino a asegurarse de que estás bien.
Beatriz ya había aceptado el hecho de que Liliana tuviera un mentor imaginario. Pero en cuanto al resultado de la adivinación, se lo tomó con humor. ¿Cómo podría una niña conocer el arte de la adivinación?
Antonio no dijo nada. Sabía lo acertada que era la predicción de Liliana, así que estaba dispuesto a dejarlo todo en su agenda de hoy.
-¿Dónde deberíamos ir entonces, Liliana?
-¡Al mercado de pulgas!
Antonio recordó de repente la lista de extrañas baratijas mágicas que le dio Liliana. Decía que debia comprar algunas baratijas y algunos cristales.
Sabia que no habias comprado lo que te dije que compraras.
Liliana puso un gesto de erojo.
—Está bien, está bien. Lo haré hoy. Antonio decidió complacer a su sobrina.
-Siempre dices
dices que
–
lo harás, pero nunca lo haces. Por eso tuve que venir hoy.
Liliana hizo un puchero. Aunque era una demanda peculiar, no estaba hecha con malas intenciones. La niña solo intentaba protegerlo.
-Vámonos.
Antonio agarró sus llaves y se fue con Liliana y Beatriz. Mientras tanto, Priscila se quedó un rato en la oficina de Sam antes de decidir que daría un paseo. Lo intentó de varias maneras, pero nunca pudo llegar a la planta sesenta y seis.
No solo se necesitaba una tarjeta especifica para utilizar los elevadores VIP, sino que además estaban vigilados por los de seguridad. Incluso bajó al estacionamiento para ver si había otra forma de subir. Cuando estaba a punto de darse por vencida, vio salir del elevador a un hombre de hombros anchos.
-Esa aura, esa belleza, ies Antonio, sin duda!», exclamó Priscila en su mente.
En este día la suerte estaba de su lado.