Read Ocho peculiares by Lalia Alejos Capítulo 131

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Capítulo 131 Una mujer seductora, pero inocente

Priscila se le quedó viendo un rato. Su corazón latia con fuerza, por completo fuera de su control.

-El padre de Liliana es encantador, me hace sentir incapaz de liberarme de mi misma!,

Sus mejillas ardian y esa sensación de amor la embriagaba. Priscila no se dio cuenta de que un profesor se le acercaba desde lejos. Era el profesor de educación fisica. En general, había pocos profesores varones en los jardines de niños, salvo en las escuelas privadas como Jardín de Niños Internacional Silvestre,

En casi todas las clases había un profesor varón y uno de ellos era Saúl, uno de los admiradores de Priscila. Saúl era un profesor de educación física cordial, extrovertido y muy amable. Tocó a Priscila con delicadeza en el hombro, sobresaltandola.

Ella se palmeó el pecho e hizo un puchero.

-¡Eres tú! ¡Me asustaste!

Saúl dijo:

-Ven conmigo.

Priscila preguntó nerviosa:

-¿Adónde vamos?

Saúl la llevó a un lugar apartado y la vio con ansiedad.

-Está todo bien? Escuché que dos niños de tu clase se pelearon y sus padres incluso vinieron al colegio… Tú eras quien los vigilaba en ese momento.

Priscila puso rostro de arrepentimiento, se mordió el labio y dijo:

-Todo es culpa mía. Estaba distraída… y no presté atención.

Saúl la acarició con cariño para consolarla y le dijo:

-No pasa nada. No esperabas que ocurriera, ¿verdad? Pero no puedes soñar despierta de esa manera cuando estés trabajando en el futuro.

Sonaba impotente, conociendo su tendencia al despiste, lo cual era bonito. Priscila resopló y dijo en tono de pena:

-Estaba pensando en ti en ese momento….

Saúl preguntó con voz suave:

Ya tomaste una decisión? ¿Lo elegirás a él o ami?

Priscila parecia dolorida.

-Saúl.. por favor, no me presiones más. Estoy luchando. Te quiero mucho, pero Fernando es un buen hombre al que le gusto. Estaria destrozado si me perdiera. Aunque no me gusta, tengo miedo de hacerle

daño No puedo hacerlo, de verdad que no puedo.

Saul suspiro:

–De acuerdo, no te forzaré.

Priscila dijo de nuevo:

-Dame algo de tiempo. Poco a poco haré que lo acepte.

Saúl asintió.

Priscila también dijo:

-Por cierto, ¿sabes quiénes son los padres de Liliana? En especial su padre. Acabo de buscarlo. Parece tan poderoso. Me da miedo.

Saúl dijo:

-Liliana es la prima más pequeña de Ana y su familia materna es la Familia Castellanos… En cuanto a su padre, no sé mucho al respecto.

Priscila se sintió conmocionada en secreto.

«La Familia Castellanos… ¿Es una familia prominente de bajo perfil?».

Recordó al hombre callado y trajeado, que resultó ser el gran director general, como en la novela. El corazón de Priscila volvió a dar un vuelco. Después de la pelea, Liliana no se fue a casa con su padre, sino que insistió en terminar la clase y solo volvió a casa después del colegio.

Ana frunció el ceño cuando vio la herida en el rostro de Liliana y supo de su pelea con alguien.

-¡Se atrevió a molestarte! -Ana se enfadó-. ¿Por qué no me llamaste? Yo también le habría dado una paliza.

¡Qué lástima que ni siquiera pudiera luchar con su pequeña prima!

Liliana respondió:

-Em… Ana… si te hubiera llamado, habría sido demasiado tarde.

Ana se enfadó.

-Si… ¡Le daré una paliza cada vez que vea a ese niño travieso!

Estaba muy frustrada porque prometió a su familia que cuidaría bien de Liliana. El primer día ya tenia un moretón en el rostro. Ana y Liliana subieron al autobús escolar. A medida que el autobús escolar se iba marchando, uno a uno, los padres que iban a recoger a sus hijos también se los llevaban y el animado jardin de niños volvía a la tranquilidad.

Pronto, un hombre se plantó en la puerta del jardin de niños con un portaviandas en la mano. Priscila sc escabulló, frotándose las manos y quejándose:

—Fernando, por qué estás aqui? ¿No te dije que no vinieras al jardin de niños a verme?

Fernando le entregó el portaviandas y frunció los labios, diciendo:

–Me temo que volverás a olvidarte de comer y te dolerá el estómago.

Priscila tomó el portaviandas y dijo:

-Gracias, Fernando. Eres muy amable conmigo.

Fernando respondió:

-Solo un gracias?

Priscila dijo:

Bueno, ¿qué más quieres?

Fernando se señaló la mejilla. Priscila se sonrojó al instante. Observó a su alrededor y besó a toda prisa la mejilla de Fernando. Luego dio un pisotón y dijo:

-Eres muy molesto.

Después de hablar, tomó su portaviandas y salió corriendo a toda velocidad, como un pajarillo asustado. Fernando sonrio y murmuro:

-Eres tan linda.

Lo que nadie sabia era que el espíritu libertino en la cabeza de Priscila estaba extasiado y se aferraba aún con más fuerza. Beatriz esperó en la puerta y por fin vio a Liliana. Se acercó a toda prisa y le tomó la mano, con un rostro de preocupación.

-Liliana, ven aqui. Déjame ver si todavía te duele.

Liliana sacudió la cabeza y dijo:

-¡Ya no me duele!

El yodo de la herida era rojo brillante, lo que resultaba impactante. A Beatriz se le rompió el corazón. La última vez, cuando Braulio se llevó a Liliana, se golpeó la frente y le salió un moretón. También le aplicó yodo. Y ahora, tenía otra herida en el rostro.

A Liliana no le importó y presumió de sus recompensas ante su abuela.

-¡Abuelita, tengo muchas recompensas!

Tenía una calcomanía de eres increible en la frente, dos calcomanías de «pulgares arribas en la mano izquierda y dos calcomanías de princesa de cuentos en la mano derecha. Los enseñó a todo el mundo como si hubiera ganado un gran premio. Incluso se los mostró a Poli.

—Oye, Poli, imira! ¡Tengo muchas calcomanías! ¡Solo los niños que se portan bien las recibirán! ¿No soy increible?

Poli batió las alas y alabo:

Increible, eres increible! Brillas como una superestrella.

Laliana estaba encantada. No arrancó las estampas ni siquiera cuando se bañó. Al final, Braulio le dio un cuaderno para recoger las calcomanías. Debajo de cada una, Braulio anotó la descripción de Liliana.

–Respondi con la voz más alta cuando me llamaron, La profesora me premió,

Braulio tomó un boligrafo y anotó bajo la calcomanía.

–Habló con la voz más alta, recompensado… Muy bien, anotado.

Liliana continuó:

-Esto fue cuando terminé de comer primero y vacié el plato. La profesora me recompensó.

Braulio respondió:

-Hmm… Primer lugar por terminar las comidas, recompensado.

Liliana dijo:

-Esto es por ayudar a la profesora a acomodar las sillas.

Braulio señaló:

-La pequeña ayudante de la profesora.

Se inclinaron sobre el escritorio, escribiendo de manera concienzuda.

Braulio le susurró a Liliana por la noche mientras la acostaba:

-Liliana, crees que papá hizo lo correcto hoy?

Liliana pensó por un momento.

-Parece que está mal pegarle a la gente.

Pero ella también golpeó a Raimundo. Así que no podia esperar demasiado de papá.

Braulio tocó la cabeza de Liliana y dijo con cariño:

-Hmm, tú tienes razón. Está mal pegarle a los demás. Pero, diferentes personas requieren diferentes enfoques. Algunas personas no atienden de razones y debes resolverlo del modo violento. Pero cuando te defiendes, les toca hablar de la razón. Así que a veces, no seas demasiado rigida, o perderás. ¿Entendido?

Liliana asintió, sin comprender del todo. Braulio no esperaba que entendiera demasiado sobre las complejidades de la vida. Había escapado de la oscuridad y sabía mejor que nadie lo cruel que podia ser el mundo luminoso y lo compleja que podía ser la naturaleza humana.

Deseaba que Liliana no fuera una santa ni una bravucona, que no sufriera pérdidas ni se viera atada por

limitaciones mundanas. Solo queria que fuera una persona ente y recta. Observando cómo Liliana se

dormía poco a poco, Braulio se levantó después de un largo rato, se estiró con pereza y salió sin hacer ruido.

Pablo, meditando con las piernas cruzadas, abrió los ojos y dijo:

Estabas preocupada por Braulio. Ahora ya lo viste. Te sientes aliviada?

A su lado, Julieta estaba oscara como un fantasma.

-Hmm.

Pablo preguntó:

-¿Estás más tranquila ahora? ¿Puedes reencarnarte?

Julieta puso un gesto de pena:

-¡Amigo, discutámoslo otra vez! Déjame reencarnarme con mi memoria. Si no funciona, puedo empezar

desde el óvulo fecundado.

 


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Read Ocho peculiares by Lalia Alejos

Score 9.9
Status: Ongoing Released: 12/16/2023 Native Language: Spanish
Ocho Peculiares" by Lalia Alejos is a captivating novel that intricately weaves together the lives of eight peculiar characters, exploring the depths of their eccentricities and the interplay of their destinies in a rich narrative that transcends conventional storytelling boundaries.  

Read Ocho peculiares by Lalia Alejos

Detail Novel

Title: Read Ocho peculiares by Lalia Alejos
Publisher: Rebootes.com
Ratings: 9.3 (Very Good)
Genre: Romance, Billionaire
Language: Spanish    
 

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Capítulo 1

Ciudad Lavanda, primera zona residencial; Mansión Juárez. Hoy era el festival de las linternas. Luces de colores estaban decoradas alrededor de la casa, dando un toque de calidez a la fría atmósfera de la Familia Juárez. De repente, un grito resonó por toda la mansión. —Ay. Seguido de un ruido sordo, ¡una mujer embarazada cayó por las escaleras! Todos se sorprendieron y corrieron hacia ella. Esteban Juárez, presidente de la Corporación Ador Juárez, preguntó rápido: —Débora, ¿estás bien? El rostro de la mujer palideció al ver la sangre fresca que le corría por las piernas. Horrorizada, respondió: —Esteban, me duele... Nuestro bebé... ¡Rápido, salva a nuestro bebé! La madame de la casa, Paula Andrade, presa del pánico, preguntó: —¿Qué sucedió?
Débora miró hacia lo alto de las escaleras con lágrimas en los ojos. Todos levantaron la vista y vieron a una niña, de unos tres años, de pie en lo alto de la escalera. Al ver la mirada de todos, abrazó con fuerza el conejo de juguete que tenía en los brazos, asustada. Ricardo Juárez rugió furioso: —¿Fuiste tú quien empujó a Débora? La niña hizo un berrinche. —No fui yo, y yo no... Mientras lloraba, Débora suplicó: —No... Papá, no es culpa de Liliana. Todavía es joven, y ella no quería... Sus palabras reafirmaron rápido que era culpa de Liliana. Los ojos de Esteban se oscurecieron, y ordenó de inmediato: —¡Enciérrenla en el ático! Me ocuparé de ella en cuanto regrese. El otro se apresuró a enviar a Débora al hospital mientras los sirvientes arrastraban a Liliana escaleras arriba. Incluso cuando se le cayó un zapato, mantuvo un rostro obstinado y no suplicó ni gritó pidiendo ayuda.

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