Read Ocho peculiares by Lalia Alejos Capítulo 41

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Una niña especial Capítulo 41Una niña especial Capítulo 41Una niña espe

Capítulo 41 Pérdida de memoria

La pequeña espátula había golpeado a Galena con tal fuerza que esta soltó momentáneamente a Ana, que se dejó caer al suelo. Galena se tambaleó hacia atrás y cayó en la carretera, casi atropellada por el auto que pasaba. Volvió en sí en el último segundo, apartándose de un salto y evitando por poco el choque. Sin embargo, cayó al borde de la carretera y se golpeó la cabeza contra la orilla.

-¿Estás loca?! -gritó el conductor del auto al pasar.

Luis levanto a toda prisa en brazos a una conmocionada Ana. Antonio observó la pequeña espátula que había en el suelo. Fue un regalo de Gilberto a Liliana para que la usara como accesorio cuando jugaba a las casitas. ¿Quién hubiera pensado que sería el arma para noquear a Galena y hacerle sangrar la cabeza?

Liliana jugueteaba con sus pequeñas manos, parecía incómoda.

-Tío Antonio, puede que haya usado demasiada fuerza….

Su tío Antonio siempre le había advertido que no mostrara su fuerza en público.

-¡Oh no, ella cometió una estupidez!».

Antonio vio el rostro de culpabilidad de su sobrina y le alborotó el suave cabello.

-Está bien, Liliana. Se lo merecía.

Antonio no estaba demasiado preocupado, ya que ahora solo estaban entre familia. Desde lejos, pudieron ver a Galena tendida en el suelo, agarrándose la cabeza sangrante y gimiendo de dolor. Le zumbaba la cabeza mientras sangraba en exceso. Notaba un chichón creciente en la frente, causado por la piedra con la que había tropezado. Tomó aire y soltó un suspiro ahogado mientras lloraba.

-Luis, me duele… abrázame, por favor…

Los miembros de la Familia Castellanos, que habían estado comentando la conmoción en murmullos y susurros, se dieron la vuelta todos para ver

a Galena Jácome. Luis no solía decir mucho, pero incluso él estaba sorprendido por las payasadas de su exmujer.

-¿Estás enferma? ¿Abrazarte? Preferiría abrazar a un cerdo.

Galena permaneció en silencio.

-Galena, tu divorcio con Luis ya llegó a su conclusión. No nos pongas las cosas difíciles o te garantizo que no tendrás adónde ir en Terradagio amenazó la Señora Beatriz Castellanos.

Galena cerró los ojos, tratando de ocultar el dolor y la miseria que sentía. Estaba tendida en el

suelo, adolorida y curándose las heridas, pero los Castellanos no eran capaces de sentir ni una pizca de compasión o empatía por ella.

Se preguntó si a alguno de ellos le latía el corazón. No podía entender por qué insistían tanto en separar a Luis y a ella y en asegurarse de que el divorcio se llevara a cabo, pero sabía que era demasiado tarde para cambiar las cosas.

Se arrepintió de haber escuchado la tonta idea de su madre de rogar a los Castellanos que la aceptasen de nuevo. Debería haberse negado a marcharse el mismo día que la echaron de la casa.

Sus lamentables pensamientos se vieron interrumpidos por el sonido de las sirenas. Poco después, dos autos de policía se detuvieron junto a la carretera cerca de ellos y unos cuantos agentes bajaron corriendo del auto, rodeando a Galena.

-¡No se mueva! Galena Jácome, queda detenida -gritó un policía mientras el resto le apuntaba con sus pistolas y macanas.

Galena estaba más que sorprendida y mortificada. ¿Cómo había acabado siendo detenida, cuando estaba claro que era ella la que había resultado herida?

-¿Por qué… me detienen…? -preguntó con debilidad.

El policía sacó de un archivo una orden de detención.

-Han aparecido nuevas pruebas contra usted en el asesinato de Maya León hace seis años. Galena Jácome, queda detenida por asesinato como la ley lo indica -declaró.

A Galena se le encogió el corazón. Era imposible. Seis años atrás, no pudieron encontrar ninguna prueba concluyente que demostrara que ella era la asesina. ¿Qué podrían haber encontrado ahora? ¿Intentaban inculparla?

Galena fingió sorpresa lo mejor que pudo.

-¿Quién es Maya León? ¿De qué me está hablando? No conozco a ninguna Maya León….

-Se encontró una mano humana dentro de la estatua del Ciudad del Oeste. La mano estaba agarrada a un trozo de papel envuelto. Según el análisis de nuestro equipo forense, las huellas dactilares del papel pertenecen a usted, Señora Jácome -explicó el policía antes de sacar otro documento de su archivo-. El envoltorio contenía algunos billetes de banco. Hemos rastreado los billetes hasta el cajero automático del que se retiró el dinero basándonos en el número de serie. Usted retiró los 20000 de un cajero automático de un distrito vecino hace seis años. Las pruebas son concretas. ¡Llévensela!

¿Cómo pudo ocurrir esto?», pensó Galena.

“¿Cómo pudo ocurrir en verdad? ¡Hace tanto tiempo! ¿Cómo lo descubrieron?!».

Los tiempos desesperados exigían medidas desesperadas, comprendió mientras vela al agente

mientras balbuceaba:

-¿De….De qué están hablando? Luis… ¿qué está pasando? ¿Cómo fue que terminé aquí? No… no recuerdo nada… Sus labios temblaban mientras sollozaba-. Luis… Me duele… Por favor, ven

aquí y abrázame…

Los Castellanos se quedaron en silencio.

«¿Perdió la memoria por golpearse demasiado fuerte la cabeza?».

El momento era sospechoso, pero al mismo tiempo no del todo improbable…

Liliana inclinó la cabeza hacia un lado mientras consideraba el confundido estado de ánimo de Galena.

-Tío Antonio, ¿qué le pasa a la tía Galena? -preguntó con ingenuidad—. ¿Se está haciendo la tonta? ¿Por qué necesita hacerse la tonta? Por lo regular es lo suficientemente tonta.

Galena no quería otra cosa que decirle de todo a Liliana, pero se tragó su orgullo con la esperanza de ofrecer un buen espectáculo a los Castellanos.

-Oh no, mi cabeza… me duele mucho la cabeza. Yo… no puedo recordar nada. ¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué me están arrestando? ¡No sé nada! —se lamentaba histérica.

La mayoría de los policías no sabían que hacer, pero el oficial al mando se hizo cargo en ese

momento.

-Hemos visto a muchos criminales que alegan demencia o pérdida de memoria, así que sus trucos no funcionarán aquí. Sigue siendo responsable, en su totalidad, del delito que cometió, señora. ¡Llévensela!

Dos agentes se acercaron a Galena y la agarraron de los brazos, uno a cada lado.

-¡Luis! Luis… ¡Sálvame, por favor! -gritó Galena con miedo-. ¿Por qué me llevan? ¿Qué está pasando? No estoy fingiendo aquí. No sé lo que está pasando.

Sin duda, Galena montó un buen espectáculo capaz de engañar a cualquier extraño. Por desgracia, no servía de nada ante los ojos de la ley ya que una persona podía ser condenada por delito que había cometido, aunque perdiera la memoria. Mientras era escoltada por los agentes hasta la patrulla, Galena por fin se derrumbó.

-¡Luis! ¡¡Luis!! Yo estuve mal, todo es culpa mía. Por favor, pídeles que me dejen ir —suplicó—. Beatriz, por favor! ¡Te lo suplico! Ana todavía es muy joven, ino puede perder a su madre a esta

edad!

La puerta de la patrulla se cerró con un chasquido una vez que la policía acomodó a Galena en el asiento trasero, pero la mujer seguía arañando de manera frenética la ventanilla y pidiendo

el

clemencia. No obstante, ya era demasiado tarde. La pena de cárcel por el homicidio intencional de Maya León, además del intento de asesinato de Luis por envenenamiento, era de al menos

diez años.

Luis ya había solicitado el divorcio, cortando todos los lazos entre Galena y los Castellanos, por lo que ninguno de ellos tenía motivos para acudir en su ayuda. Su propia madre era poco confiable en el mejor de los casos y Galena solo podía esperar que ella misma fuera capaz de mantenerse alejada de los problemas. No había ninguna luz al final del túnel, se dio cuenta Galena mientras las lágrimas corrían por su rostro. ¿Cómo se habían torcido tanto las cosas tan a prisa?

Afuera de la patrulla, un agente de policía estaba tomando notas para el informe de la investigación antes de presentárselo a Luis para que lo firmara como testigo principal.

-Si me permite la pregunta, ¿cómo se lesionó la cabeza la Señora Jácome? -preguntó el agente.

Antonio se apresuró a responderle:

-Hubo un pequeño altercado hace un momento, cuando la Señora Jácome amenazó con suicidarse junto con su hija. Luis no tuvo más remedio que someterla.

El agente asintió mientras tomaba notas:

-¿Con qué la golpeó? No se preocupe, estas cosas pasan a menudo. Es solo el procedimiento estándar para que registremos todos los detalles necesarios.

Antonio asintió en señal de comprensión:

-Fue con una espátula.

-¿Una… espátula? -repitió el policía después de Antonio, solo para confirmar que no había escuchado mal-, ¿Dónde está esta espátula ahora?

Sin decir una palabra, Luis se dirigió hacia donde estaba la espátula en el suelo y la recogió. Los ojos del agente se abrieron de golpe.

-¿Está… está seguro de que ésa era el arma, señor? Ese pequeño juguete infantil consiguió abrirle la cabeza a Galena?

-Sí, lo fue -La voz de Luis era firme.

ΕΙ

agente no tuvo otra opción que redactar su informe de acuerdo con las declaraciones de Luis y Antonio. A continuación, introdujo la espátula en una bolsa de pruebas y la selló antes de que la brigada de policía abandonara el lugar. Liliana apretó los labios en silencio y se quedó viendo el auto de policía que se alejaba cada vez más. ¡Su pequeña espátula se fue a la cárcel!

cial Capítulo 41


Read Ocho peculiares by Lalia Alejos

Read Ocho peculiares by Lalia Alejos

Score 9.9
Status: Ongoing Released: 12/16/2023 Native Language: Spanish
Ocho Peculiares" by Lalia Alejos is a captivating novel that intricately weaves together the lives of eight peculiar characters, exploring the depths of their eccentricities and the interplay of their destinies in a rich narrative that transcends conventional storytelling boundaries.  

Read Ocho peculiares by Lalia Alejos

Detail Novel

Title: Read Ocho peculiares by Lalia Alejos
Publisher: Rebootes.com
Ratings: 9.3 (Very Good)
Genre: Romance, Billionaire
Language: Spanish    
 

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Capítulo 1

Ciudad Lavanda, primera zona residencial; Mansión Juárez. Hoy era el festival de las linternas. Luces de colores estaban decoradas alrededor de la casa, dando un toque de calidez a la fría atmósfera de la Familia Juárez. De repente, un grito resonó por toda la mansión. —Ay. Seguido de un ruido sordo, ¡una mujer embarazada cayó por las escaleras! Todos se sorprendieron y corrieron hacia ella. Esteban Juárez, presidente de la Corporación Ador Juárez, preguntó rápido: —Débora, ¿estás bien? El rostro de la mujer palideció al ver la sangre fresca que le corría por las piernas. Horrorizada, respondió: —Esteban, me duele... Nuestro bebé... ¡Rápido, salva a nuestro bebé! La madame de la casa, Paula Andrade, presa del pánico, preguntó: —¿Qué sucedió?
Débora miró hacia lo alto de las escaleras con lágrimas en los ojos. Todos levantaron la vista y vieron a una niña, de unos tres años, de pie en lo alto de la escalera. Al ver la mirada de todos, abrazó con fuerza el conejo de juguete que tenía en los brazos, asustada. Ricardo Juárez rugió furioso: —¿Fuiste tú quien empujó a Débora? La niña hizo un berrinche. —No fui yo, y yo no... Mientras lloraba, Débora suplicó: —No... Papá, no es culpa de Liliana. Todavía es joven, y ella no quería... Sus palabras reafirmaron rápido que era culpa de Liliana. Los ojos de Esteban se oscurecieron, y ordenó de inmediato: —¡Enciérrenla en el ático! Me ocuparé de ella en cuanto regrese. El otro se apresuró a enviar a Débora al hospital mientras los sirvientes arrastraban a Liliana escaleras arriba. Incluso cuando se le cayó un zapato, mantuvo un rostro obstinado y no suplicó ni gritó pidiendo ayuda.

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