Read Ocho peculiares by Lalia Alejos Capítulo 3

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Capítulo 3 ¡Los ocho tíos de Liliana al rescate!

Todo sucedió tan rápido que los Juárez no tuvieron tiempo de reaccionar. Cuando Esteban salió corriendo vio a Antonio preparándose para subir a su auto y marcharse. Sin embargo, no llegó a tiempo para ver a Gilberto quitándole la nieve a Liliana y levantándola de donde había estado arrodillada. —¡Madre mía! ¡Es el Señor Antonio Castellanos! —Esteban esbozó una brillante sonrisa en su rostro y saludó con alegría—. ¿Qué lo trae por aquí? Es un honor tenerlo de visita en nuestra humilde morada. Para entonces, Ricardo, Paula y algunos de los sirvientes de los Juárez se apresuraron a unirse también a Esteban, con los rostros envueltos en sonrisas de bienvenida. Cuando vieron el semblante severo y distante de Antonio, se volvieron aún más aduladores. Antonio Castellanos era el actual jefe del imperio empresarial de la Familia Castellanos y el director general de Valores Castellanos. La Familia Castellanos era una de las cuatro familias influyentes de Terradagio; todo el mundo quería adularla y ganarse su favor. Una verdadera familia aristocrática como ésta, con dinero antiguo y lazos tan profundos con Terradagio, era poco frecuente. Los Castellanos eran una entidad escurridiza y misteriosa; se mantenían alejados de los focos. Lo único que se sabía con certeza era que los Castellanos tenían ocho hijos, pero incluso así, pocos los habían visto. Antonio aparecía de vez en cuando en los titulares de las noticias económicas, razón por la cual los Juárez lo habían reconocido. —¡Señor Castellanos, pase por favor! Hace mucho frío aquí afuera. Nos encantaría que se quedara un rato, si no le importa un entorno tan humilde —dijo Ricardo con entusiasmo. —¡Sí, sí, por favor entre y tome algo caliente! —añadió Esteban, sonriendo. Ahora que estaban en presencia de una persona distinguida, todos los Juárez no podían evitar intentar congraciarse con él. La Corporación Ador Juárez estaba en una situación desesperada; para la Familia Juárez, aquello era una catástrofe. Sin embargo, ¡una sola palabra de Antonio reanimaría su decaída fortuna! Si la suerte les favorecía, podrían incluso convertirse en una de las diez familias más influyentes de Terradagio… El rostro de Antonio no mostraba ninguna expresión; en cambio, estudió a Esteban con ojos penetrantes. «¿Es éste el padre de Liliana?». Aún sin expresión, Antonio declinó la oferta de Ricardo con frialdad y enigma. —Muy bien, Señor Juárez y familia. Sin decir nada más, subió a su auto y se marchó. Los Juárez se quedaron mirando cómo se marchaba, confundidos y aturdidos. Paula fue la primera en hablar. —El Señor Castellanos dijo que muy bien… ¿Significa eso que tiene la intención de ayudarnos? Ricardo frunció el ceño. —Dada su expresión, no creo que quisiera decir nada elogioso. Esteban ordenó a los sirvientes que le explicaran lo que había sucedido antes. Contaron que los Castellanos llegaron en grupo a la Mansión Juárez y se llevaron a Liliana, y que un hombre de negro se despojó de su abrigo y la envolvió en él, acunándola en sus brazos. También se había presentado como su tío… Cuando Esteban escuchó esto, se quedó atónito. De repente, todo se volvió claro. Era bien sabido que los Castellanos tenían ocho hijos y una hija. Sin embargo, la salud de la hija era frágil y nunca había aparecido en público. ¿Significaba esto que la mujer que había rescatado hace cuatro años era la única y preciosa hija de la Familia Castellanos? El resto de los Juárez sintieron que se les hundía el corazón. ¡Lamentaban con amargura sus acciones! Los labios de Paula temblaban. —Así que Julieta era hija de los Castellanos… Deprisa, tenemos que recuperar a Liliana… De haberlo sabido, nunca habrían obligado a Liliana a arrodillarse en la nieve. De hecho, ¡debieron tratarla como a una diosa y adorarla a sus pies! Esteban también se arrepintió de sus actos; cuando recordó cómo había disciplinado a Liliana con tanta dureza, se sintió incómodo. Con rabia le espetó: —¿Cómo vas a recuperarla? ¿Crees que podemos entrar y llevárnosla así como así? Ricardo frunció tanto el ceño que su frente parecía una ciruela arrugada. Tras un largo momento de reflexión, dijo: —Bueno, no importa, seguimos siendo parientes consanguíneos de Liliana. Después de todo, somos sus abuelos. Los Castellanos no pueden negarlo, por muy enfadados que estén. Por otra parte, Liliana causó el aborto involuntario de Débora, eso es un hecho… Lo único que querían era enseñar a Liliana a no ser una mentirosa irresponsable. Por desgracia, Esteban se había dejado llevar por su mal genio y la había castigado con más severidad de la debida… Los Juárez confiaban en poder aclarar cualquier malentendido con los Castellanos. Todo lo que tenían que hacer era dar una explicación satisfactoria de todo. Una vez resuelto, podrían esperar un futuro de riqueza y prestigio… … En lugar de regresar a Terradagio tras rescatar a Liliana, los Castellanos fueron directo al hospital más cercano. La habitación privada del mejor hospital de Ciudad del Sur era ahora un hervidero de frenética actividad. Nadie se atrevía a levantar la voz. El ambiente era demasiado tenso, salpicado por el sonido de los equipos del hospital y de médicos y enfermeras que iban de un lado para otro. Hugo Castellanos caminaba de un lado a otro con la ayuda de su bastón. —¿Por qué siguen ahí? —murmuró preocupado. Antonio miró la hora y luego le dijo a su padre: —Papá, deberías sentarte. A Liliana la llevaron a urgencias en cuanto llegaron al hospital. Gilberto fue con ella, hasta ahora, ninguno de los dos había salido. En la sala de urgencias, Gilberto examinó el cuerpo magullado de Liliana con manos temblorosas. La rotura de huesos era lo peor que podía ocurrir en casos de congelación grave. Un examen más detallado reveló que había recibido una fuerte paliza; de hecho, tenía fracturados los brazos, las costillas y las espinillas. Tenía numerosas placas de congelación por todo el cuerpo. Algunas de las zonas estaban tan congeladas que requerirían una intervención quirúrgica. Liliana solo tenía tres o cuatro años y la habían hecho sufrir semejante tormento… Los ojos de Gilberto se llenaron de lágrimas calientes. Inclinándose, murmuró: —Liliana, soy tu tío Gilberto. ¿Puedes escucharme? Si puedes, por favor aguanta. Lo lograrás, te lo prometo… Liliana tenía los ojos cerrados, pero tenía la extraña sensación de sentir su cuerpo muy ligero y caliente por todas partes. Era la primera vez que se sentía tan cómoda. Todo estaba muy tranquilo, excepto por una voz junto a su oreja que murmuraba de manera constante: —Liliana… Liliana querida… Pequeña Tulipán… ¿Puedes verme? ¿Puedes escucharme? ¿Quién era esta misteriosa persona? Liliana intentó abrir los ojos con todas sus fuerzas, pero no lo consiguió. Quiso responder que también podía escuchar a la persona que le hablaba, pero no pudo emitir ningún sonido, por más que lo intentó. Pasaron tres horas de intervenciones quirúrgicas antes de que Liliana estuviera fuera de peligro, y todos los médicos lo consideraron un milagro. Llevaron a la niña a una habitación del hospital, con tubos intravenosos por todo el cuerpo. El rostro de Gilberto era de indignación cuando le entregó a Antonio el informe del examen de Liliana. Cuando los Castellanos lo leyeron, también se indignaron. Hugo gruñó con furia: —¡Estos Juárez! Siendo un grupo tan respetable se atrevieron a ponerle las manos encima a un niño de tres años y medio. Antonio ya había investigado los antecedentes de la Familia Juárez. Con voz gélida, respondió: —Los bienes de la empresa de la Familia Juárez son sospechosos de contrabando. La empresa se encuentra en una situación bastante desesperada. Ahora, intentan encontrar algún punto de conexión para que los ayudemos. Hugo se limitó a reír en burla. —¿Ayudarlos? Que se consideren afortunados si no los arruino del todo. El viejo caballero estaba tan enfurecido que quería hacer pedazos a toda la Familia Juárez allí mismo. —No te preocupes, papá —respondió Antonio—. No durarán mucho. Hugo se mordió el labio inferior y guardó silencio. Al cabo de un rato, murmuró: —Entonces, ¿qué hay de Julieta… qué le sucedió…? Antonio no dijo nada, se limitó a permanecer en silencio. Terradagio y Ciudad del Sur estaban a unas 1200 millas de distancia. Hace cuatro años, Julieta había llegado a Ciudad del Sur demasiado enferma y sin memoria. Esteban la había encontrado y la llevó a casa. Estuvo a punto de morir al dar a luz a Liliana, pero se recuperó de milagro y aguantó dos años más antes de sucumbir a su enfermedad, dejando a Liliana sola en el mundo. La querida hermana de los hermanos Castellanos murió en silencio en algún poblado remoto sin que se hiciera un guiño a su condición y que ni siquiera se mencionara su nombre. Los puños de Antonio se cerraron con fuerza a medida que crecía su ira; la expresión de su rostro se hizo aún más seria. Hugo no se atrevió a indagar más, temía que no fuera capaz de manejar la verdad. Gilberto preguntó: —¿Por qué golpearían así a Liliana? Antonio contestó con voz fría como el hielo: —La mujer de Esteban Juárez, Débora, se cayó de las escaleras y tuvo un aborto. Esteban creía que Liliana la había empujado. Los otros Castellanos no pudieron evitar fruncir el ceño ante esto. Mientras tenía lugar esta discusión, los Juárez alcanzaron a Liliana en el hospital. El ayudante de Antonio entró rápido a la habitación y dijo en voz baja: —Señor Antonio, los Juárez están aquí. Quieren ver a su nieta… Antonio soltó una carcajada desdeñosa y luego ordenó: —Apaguen la calefacción exterior de esta planta y abran las ventanas. Que esperen. Esteban, Ricardo y Paula esperaron afuera, en el pasillo del último piso, durante mucho tiempo. Las habitaciones privadas de este nivel se encontraban dentro de una puerta de acceso controlado, y los Juárez estaban en la zona exterior, por lo que no podían entrar. El ayudante de Antonio llegó antes, pidiéndoles que esperaran un rato, luego se marchó. Los Juárez no volvieron a verlo. Paula refunfuñó: —¿Por qué no nos dejan entrar? Después de todo, Liliana es nuestra nieta. ¿Por qué nos hacen esperar aquí afuera? —¡Espera! —dijo Esteban. Había golpeado a Liliana más fuerte de lo previsto, era comprensible que los Castellanos se enfadaran. Sin embargo, los Juárez pronto se dieron cuenta de que algo iba mal. El pasillo se estaba enfriando rápido. No solo eso, su sala de espera estaba junto a las ventanas, y el viento helado del invierno soplaba, ¡haciéndolos encogerse y temblar de frío! —¡Este clima es espantoso! Nadie puede esperar así. Paula, que había sido mimada y protegida toda su vida, no pudo soportarlo más. —¡Esteban, será mejor que busques a alguien y le preguntes qué sucede! Ricardo estuvo de acuerdo, frunciendo el ceño. Si los Castellanos estaban enfadados, hacer esperar a propósito a los Juárez era comprensible. Sin embargo, ya llevaban aquí media hora, era demasiado tiempo. Nadie aguantaría esperando con un frío tan intenso.


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Score 9.9
Status: Ongoing Released: 12/16/2023 Native Language: Spanish
Ocho Peculiares" by Lalia Alejos is a captivating novel that intricately weaves together the lives of eight peculiar characters, exploring the depths of their eccentricities and the interplay of their destinies in a rich narrative that transcends conventional storytelling boundaries.  

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Detail Novel

Title: Read Ocho peculiares by Lalia Alejos
Publisher: Rebootes.com
Ratings: 9.3 (Very Good)
Genre: Romance, Billionaire
Language: Spanish    
 

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Capítulo 1

Ciudad Lavanda, primera zona residencial; Mansión Juárez. Hoy era el festival de las linternas. Luces de colores estaban decoradas alrededor de la casa, dando un toque de calidez a la fría atmósfera de la Familia Juárez. De repente, un grito resonó por toda la mansión. —Ay. Seguido de un ruido sordo, ¡una mujer embarazada cayó por las escaleras! Todos se sorprendieron y corrieron hacia ella. Esteban Juárez, presidente de la Corporación Ador Juárez, preguntó rápido: —Débora, ¿estás bien? El rostro de la mujer palideció al ver la sangre fresca que le corría por las piernas. Horrorizada, respondió: —Esteban, me duele... Nuestro bebé... ¡Rápido, salva a nuestro bebé! La madame de la casa, Paula Andrade, presa del pánico, preguntó: —¿Qué sucedió?
Débora miró hacia lo alto de las escaleras con lágrimas en los ojos. Todos levantaron la vista y vieron a una niña, de unos tres años, de pie en lo alto de la escalera. Al ver la mirada de todos, abrazó con fuerza el conejo de juguete que tenía en los brazos, asustada. Ricardo Juárez rugió furioso: —¿Fuiste tú quien empujó a Débora? La niña hizo un berrinche. —No fui yo, y yo no... Mientras lloraba, Débora suplicó: —No... Papá, no es culpa de Liliana. Todavía es joven, y ella no quería... Sus palabras reafirmaron rápido que era culpa de Liliana. Los ojos de Esteban se oscurecieron, y ordenó de inmediato: —¡Enciérrenla en el ático! Me ocuparé de ella en cuanto regrese. El otro se apresuró a enviar a Débora al hospital mientras los sirvientes arrastraban a Liliana escaleras arriba. Incluso cuando se le cayó un zapato, mantuvo un rostro obstinado y no suplicó ni gritó pidiendo ayuda.

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