Read Ocho peculiares by Lalia Alejos Capítulo 13

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Capítulo 13 Primos prepotentes

La mansión de la Familia Castellanos tenía una superficie de ocho mil metros cuadrados, lo que la convertía en una de las más extensas en términos de tamaño. Cada uno de los ocho hijos tenía su propia carrera, pero todos vivían juntos bajo el mismo techo. La Familia Castellanos destacaba por ser la más unida entre las numerosas familias acomodadas. La Familia Castellanos solía ser muy feliz, pero toda la mansión había caído en una atmósfera extraña desde la desaparición de Julieta. Antonio trabajaba muchas horas y rara vez volvía a casa. Los hermanos Castellanos estaban preocupados por sus propios asuntos. Hugo pasaba el día con Beatriz en el asilo y volvía a casa por la noche. Salvo en vacaciones, era la primera vez en años que los ocho hermanos estaban juntos. Hugo intervino cuando varios tíos de Liliana quisieron salir con ella. —Liliana acaba de salir del hospital. ¿Cómo va a salir? Necesita descansar. Los tíos no tuvieron más remedio que abandonar esa idea. Pensaban llevar a Liliana a su habitación. Hugo los fulminó con la mirada y les dijo: —¿Qué hacen todos aquí todavía? Vayan a buscar a nuestra madre e infórmenle que Liliana ha vuelto… Beatriz estaba destrozada cuando desapareció su hija. Se decidió a entrar a un asilo de ancianos y se negó a volver a casa. Llevaba dos años postrada en cama, no tenía ganas de hacer nada y estaba cada vez más demacrada… Hugo tomó la mano de Liliana entre las suyas y dijo: —Vamos, Liliana. El abuelo te acompañará a tu habitación. —Los hermanos Castellanos se quedaron sin habla. Hugo condujo a Liliana hasta su habitación—. Esta es tu habitación, Liliana. ¿Te gusta? La habitación estaba decorada en rosa y blanco, los colores de la fantasía de toda niña. La cama parecía un pequeño castillo en miniatura, con una pequeña escalera que conducía a la cima, cumpliendo el sueño de la niña de convertirse en princesa. Además del castillo, había un tobogán, un pequeño sofá y un espejo de tocador corto, pero bastante amplio. El tocador tenía varias hileras de joyeros con diversos lazos, cintas para el cabello y broches de flores… Todo lo que una niña podía necesitar estaba allí. Liliana nunca había visto una habitación de princesa como ésta. Levantó la cabeza y preguntó con seriedad: —Abuelo, ¿de verdad es ésta mi habitación? Cuando estaba en casa de su padre, la casa en la que vivía era tan grande como la cama que tenía delante. La abuela decía que no se le debía permitir vivir en una casa bonita y con ambientes opulentos porque, según ella, sus energías negativas podían repercutir en el resto de la casa. El humor de Hugo mejoraba un poco cada vez que Liliana lo llamaba abuelo. —Por supuesto. —Se rio entre dientes. Esta habitación de princesa no era la más grande, pero tampoco la peor. —¿Te gusta? —preguntó Gilberto. Liliana asintió con alegría y dijo: —Gracias, abuelo y tío Gilberto. Hugo suspiró mientras miraba a Liliana. «Dulce Bombón sigue un poco en guardia, como un animal pequeño que acaba de aventurarse en un lugar extraño e intenta sobrevivir siendo precavido. ¿Cuándo bajará la guardia y empezará a comportarse como la adorable niña que es?». Gilberto le dio una palmadita en la cabeza y le dijo: —De nada, Liliana. ¿Quieres salir con tus primos cuando vuelvan del colegio? —¿Primos? —preguntó Liliana. Gilberto respondió: —Tienes tres primos y una prima. Son los hijos del tío Antonio y el tío Luis. Solo el hijo mayor, Antonio, y el segundo, Luis, estaban casados en la Familia Castellanos. Antonio tenía dos hijos, uno en tercer grado y el otro en primero. Luis tenía un hijo y una hija. El niño cursaba segundo grado en una escuela primaria y la niña estaba en su último año de jardín de niños. Gilberto supuso que se llevarían estupendo porque todos eran niños. Liliana se sentía demasiado sola en casa de los Juárez, sus únicos compañeros eran un loro y un conejo de felpa. Necesitaba estar rodeada de niños de su edad. Liliana asintió con la cabeza y, aunque no dijo mucho, sus ojos brillaron de expectación. Nunca había tenido amigos. Su padre y su madrastra nunca la dejaban jugar afuera, y a sus abuelos de esa familia no les gustaba llevarla de paseo. Una vez vio a través de la valla a unos niños que volvían del colegio con sus mochilas en la espalda. Corrían felices tomados de la mano. Sentía mucha envidia… Liliana levantó la cabeza y preguntó: —Tío Gilberto, ¿puedes regalarme unos papeles y unos pinceles? Quería hacer unos regalos para sus primos. … La tarde había llegado en un abrir y cerrar de ojos. Un auto se detuvo frente a la Mansión Castellanos y una mujer vestida elegante con un sombrero isabelino sacó a una niña. La niña llevaba un esponjoso vestido y sostenía en sus brazos dos exquisitas muñecas. Su cabeza estaba adornada con un lazo del mismo color que su vestido. Parecía delicada y hermosa. —Ana, cuando veas a tu prima más tarde, acuérdate de darle la muñeca —instó la mujer a la niña. Ana hizo un gesto y no dijo nada. La mujer frunció el ceño—: ¿No acabamos de hablar de esto? A ti te toca una muñeca y a tu prima pequeña también. Deja de enojarte. Ana estalló al escuchar aquello. —¡No, no quiero! Quiero las dos. Salió corriendo hacia la mansión sin mirar atrás cuando terminó de hablar. «¿Qué prima?». ¡Ella se negó a dársela! ¡Todos los juguetes le pertenecían! La mujer se quedó mirando impotente. No podía hacer nada al respecto, así que se dio la vuelta y le dijo al niño que se entretenía detrás de ella: —Zacarías, date prisa. Tu prima está en casa esperándote. Quién iba a decir que Zacarías también pondría mala cara y declararía: —No quiero ninguna prima. Ya tenía una hermana pequeña detestable que le robaba sus pertenencias, le tiraba los juguetes en cuanto tenía ocasión y lloraba cuando sus padres intentaban razonar con ella. Zacarías se oponía a tener otra hermana menor. Salió corriendo después de hablar. Ana corrió a su habitación y cerró la puerta de un portazo. En ese momento sonó su reloj inteligente de pulsera y en él apareció la palabra «Abuela». —¿Hola? Abuela. El tono de Ana seguía siendo un poco insatisfecho. Su abuela, que estaba al otro lado de la línea, preguntó: —¿Quién ha molestado a nuestra princesita? ¿Por qué pareces tan descontenta? —¡Mamá me pidió que le diera una muñeca a mi prima, pero yo no quiero! —Ana hizo berrinche. Al otro lado del teléfono, una anciana de hermosa cabellera puso los ojos en blanco y preguntó: —¿Qué prima nueva? Hugo y varios hermanos Castellanos corrieron a Ciudad del Sur después de que Liliana fuera maltratada por su propio padre… Esta información también les había llegado a ellos. —¡Sí! —dijo Ana, asintiendo. Bajó la mirada hacia las dos muñecas que sostenía. No podía soportar dejarlas. Aunque era consciente de que tenía que dárselas a su primita, se encariñó con las dos muñecas. De repente, decidió que no quería dárselas. Sin embargo, su abuela le dijo: —Ana, ahora que tienes una nueva prima hermana, ya no eres la única princesita. Tu abuelo, el tío Antonio y los demás tíos no volverán a tratarte bien. Ana, que aún era una niña, replicó: —¡Abuela, estás diciendo tonterías! —¿Por qué iba a decir tonterías? Antes eras la única niña de la familia, pero ahora hay otra. ¿Entiendes lo que quiero decir? ¿No tenías que regalarle una muñeca? Ya no te quieren porque todos quieren a tu prima hermana. Ana sollozaba. Lloraba mientras colgaba la llamada. Tomó la muñeca y la tiró al suelo, la arrojaba de un lado a otro. Nunca se la iba a dar, no se la daría a su prima hermana, aunque estuviera rota. Al otro lado de la puerta, Liliana se armó de valor y llamó a la puerta de Ana. Llevaba mucho tiempo esperando, y su espera por fin había terminado cuando su prima hermana llegó del colegio, pero en cuanto llegó a casa, fue directo a su habitación. Liliana quería darle su regalo a su prima hermana, lo dibujó ella misma. Era un dibujo de un hermoso arco iris y unos niños jugando agarrados de la mano. —¿Ana? —gritó Liliana. Ana abrió la puerta de un tirón y le lanzó la muñeca rota. —¡Vete de aquí! Te odio. Las pequeñas manos de Liliana se congelaron y una mirada triste cruzó su rostro.


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Score 9.9
Status: Ongoing Released: 12/16/2023 Native Language: Spanish
Ocho Peculiares" by Lalia Alejos is a captivating novel that intricately weaves together the lives of eight peculiar characters, exploring the depths of their eccentricities and the interplay of their destinies in a rich narrative that transcends conventional storytelling boundaries.  

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Detail Novel

Title: Read Ocho peculiares by Lalia Alejos
Publisher: Rebootes.com
Ratings: 9.3 (Very Good)
Genre: Romance, Billionaire
Language: Spanish    
 

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Capítulo 1

Ciudad Lavanda, primera zona residencial; Mansión Juárez. Hoy era el festival de las linternas. Luces de colores estaban decoradas alrededor de la casa, dando un toque de calidez a la fría atmósfera de la Familia Juárez. De repente, un grito resonó por toda la mansión. —Ay. Seguido de un ruido sordo, ¡una mujer embarazada cayó por las escaleras! Todos se sorprendieron y corrieron hacia ella. Esteban Juárez, presidente de la Corporación Ador Juárez, preguntó rápido: —Débora, ¿estás bien? El rostro de la mujer palideció al ver la sangre fresca que le corría por las piernas. Horrorizada, respondió: —Esteban, me duele... Nuestro bebé... ¡Rápido, salva a nuestro bebé! La madame de la casa, Paula Andrade, presa del pánico, preguntó: —¿Qué sucedió?
Débora miró hacia lo alto de las escaleras con lágrimas en los ojos. Todos levantaron la vista y vieron a una niña, de unos tres años, de pie en lo alto de la escalera. Al ver la mirada de todos, abrazó con fuerza el conejo de juguete que tenía en los brazos, asustada. Ricardo Juárez rugió furioso: —¿Fuiste tú quien empujó a Débora? La niña hizo un berrinche. —No fui yo, y yo no... Mientras lloraba, Débora suplicó: —No... Papá, no es culpa de Liliana. Todavía es joven, y ella no quería... Sus palabras reafirmaron rápido que era culpa de Liliana. Los ojos de Esteban se oscurecieron, y ordenó de inmediato: —¡Enciérrenla en el ático! Me ocuparé de ella en cuanto regrese. El otro se apresuró a enviar a Débora al hospital mientras los sirvientes arrastraban a Liliana escaleras arriba. Incluso cuando se le cayó un zapato, mantuvo un rostro obstinado y no suplicó ni gritó pidiendo ayuda.

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